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13 de agosto de 2018

Carta a un árbol

Han preferido situarse y ampararse en el distante y protocolario lado de la ley y de la propiedad privada, más que del lado de tus vecinos


Querido hermano:

El día que escuché desde casa el sonido de las motosierras presentí tu fatal desenlace. Acudí a tu lado para despedirme pero lamentablemente no pude terminar de presenciar el macabro desmembramiento de todo tu cuerpo.

Me imagino el sufrimiento que experimentaste en aquellos duros e inolvidables momentos. No solo por la sierra despiadada de aquellas hojas metálicas y dentadas que descuartizaron tu esbelto cuerpo, sino por tener que abandonar para siempre de esta forma tan salvaje y espeluznante el lugar en el cual viviste. Un dolor que aún hoy experimentamos en nuestra propia alma tus vecinos cada vez que paseamos a escasos metros de tu tumba al sentir tu energía. Porque las raíces majestuosas que hicieron de ti un ser tan querido siguen ahí enterradas.

Por mucho que intenten esconder con las malas artes que les caracterizan este sagrado lugar; por mucho que intenten profanarlo con sus hipócritas palabras, y sus políticas genocidas y exterminadoras, no lograrán borrar de nuestras mentes la Memoria Histórica de sus crímenes y de sus torturas. Una tortura que comenzó una mañana de marzo cuando un viento huracanado propiciado por el hombre arrancó de cuajo tus raíces de las encías terrestres, en las cuales has permanecido erguido durante tres décadas.

Si supieras la impotencia que hemos sufrido cada día tus vecinos al verte en ese estado. Han sido tres largos meses de angustia. De avisos sin respuestas efectivas ni esperanzadoras. De conversaciones entre nosotros que no hacían más que aumentar nuestro asombro ante tanta pasividad, ante tanta indiferencia.

Tú sin embargo has padecido solo con entereza y sin poder moverte tus últimos días; disimulando tu estado para no hacernos sufrir. Hemos escuchado cada día atentos las palabras emotivas de despedida de tus hojas, que como lenguas mecidas por el viento han logrado sobrecogernos de emoción. Otros sin embargo, han hecho oídos sordos y han decidido mirar hacia otro lado.

A las aves que antes venían a posarse a tus ramas les ocurre lo mismo. No entienden ni entenderán nunca la frialdad ni la insensibilidad de la que hecho gala el Área de Gobierno de Medio Ambiente y Movilidad del Ayuntamiento de Madrid con respecto a ti, hacia los animales a los que diste cobijo, y hacia estos vecinos de Madrid. ¿Qué hemos hecho para merecer este desprecio y  esta agresión visual y psicológica?

Ni siquiera han tenido el detalle de poner en el lugar de tu tumba una mísera piedra inerte que evoque tu figura; que reconozca tus servicios. Ni el de colaborar de alguna forma en estos momentos tan sensibles para todos. Has sido un vecino ejemplar. No te ha bastado más que un metro cuadrado de tierra para erguirte con tu elegante nobleza, y al mismo tiempo entregarnos tu aire limpio, tu sombra, tu concierto diario. No han sabido estar a la altura de las circunstancias. No han sabido arropar nuestros sentimientos. Ni darnos ese apoyo moral y gratuito en estos duros momentos de duelo. No les ha importado prolongar tu agonía ni nuestro sufrimiento.

Han preferido situarse y ampararse en el distante y protocolario lado de la ley y de la propiedad privada, más que del lado de tus vecinos. En la norma legal en lugar de la ética y de la moral. En la razón más que en el sentimiento. No han sabido reconocerte ni despedirte como merecías: como un vecino de Madrid que dio lo mejor que pudo y supo a sus vecinos. Como a un vecino que entregó a su barrio y a su ciudad lo mejor de sí mismo. Se han negado a asistirte. Han preferido desentenderse y  repercutir los gastos eutanásicos y funerarios a la comunidad de vecinos de la cual formabas parte.  Gente humilde de un barrio obrero. Tu coste era demasiado elevado en comparación a los miles de metros cúbicos de dióxido de nitrógeno que han absorbido tus hojas para beneficio nuestro.

Cada día son más tristes las calles de esta ciudad y de este barrio. Cada vez hay más tumbas y menos árboles y pájaros. Menos piares que alegren nuestras casas, y menos vuelos que surcan nuestro cielo. Los cadáveres que pueblan nuestras calles y jardines, le hacen sentirse a uno como un zombi. Como un superviviente que ha logrado salir indemne en medio de tanta tala y tan mala poda.

Tal vez dentro de unos meses los vientos justicieros y huracanados de la democracia desplacen de igual forma al ámbito de lo privado, a aquellos que no supieron defender ni auxiliar a los hermanos de un árbol tan simbólico y madrileño como es el madroño.

Pero tú ahora descansa…

José Luis Meléndez. Madrid, 7 de agosto del 2018

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