Ahora soy un hombre libre que se ha rescatado a sí mismo
Y pensar que un día llamé amor a aquello tan grande que sentí a tu lado. No hay peor exilio que aquel que en contra de su voluntad, abandona su nave y su rumbo, al albur de un destino incierto. Tú sin embargo no pudiste abandonarte. Aquella noche te acercaste y me lanzaste una frase para reclamar mi atención. Luego tomaste mi mano. Todo el grupo allí reunido, se dio cuenta de tus ocultas intenciones.
No dudaste en coger mi mano para robarme el corazón. No soltaste tu nave mientras hubo provisiones de mercancía. Aún me acuerdo de tus bajones tal vez fingidos. De tus órdenes interesadas. Qué bien interpretaste el papel de princesa. De mujer sufrida y abnegada de sus propias metas. Con que rapidez e intensidad palpitaba mi corazón por los dos, mientras el tuyo latía, acompasado a tus intereses.
Aún recuerdo aquellos mil días, dándolo todo por y para ti. Hasta que un día me abandonaste. No supiste estar junto a mí en los días malos. Faltaste al lugar de la cita. No tuviste el valor ni los argumentos para aquella injusta e inmerecida despedida. Al final tuve que ir en tu busca. Como siempre.
No te bastaron mis súplicas. Me dejaste narcotizado con mis falsas idealizaciones. Huiste cuando más te necesitaba, dejándome perdido y sin rumbo, en medio del abismo. Tirado en el suelo, sin fuerzas para levantarme, por el efecto boomerang de tantas emociones entregadas.
¡Qué buena actriz, y que mal figurante! Estabas tan metida en tu papel, que llegué a creerme tu personaje. Tenías la obra estudiada y el escenario controlado. Es posible que hayas leído aquel poema, (“Mil días”), que un día escribí pensando en ti. Que te hayas creído aquellos versos enajenados y locos de amor. No, no fueron mil días. Prefiero callarme los días, las horas, los minutos y los segundos que duró aquel calvario. Aquél eterno síndrome de Estocolmo.
Hoy soy un preso que ha cumplido la condena material y emocional de tu secuestro. Ese fue tu pago a mi buen comportamiento. Ahora soy un hombre libre que se ha rescatado a sí mismo. Y no un rehén sometido a los caprichos egoístas de aquella condena injusta, a la que durante tanto tiempo me tuviste sometido.
José Luis Meléndez. Madrid, 9 de mayo del 2017
Fuente de la imagen: commons.wikimedia.org
Y pensar que un día llamé amor a aquello tan grande que sentí a tu lado. No hay peor exilio que aquel que en contra de su voluntad, abandona su nave y su rumbo, al albur de un destino incierto. Tú sin embargo no pudiste abandonarte. Aquella noche te acercaste y me lanzaste una frase para reclamar mi atención. Luego tomaste mi mano. Todo el grupo allí reunido, se dio cuenta de tus ocultas intenciones.
No dudaste en coger mi mano para robarme el corazón. No soltaste tu nave mientras hubo provisiones de mercancía. Aún me acuerdo de tus bajones tal vez fingidos. De tus órdenes interesadas. Qué bien interpretaste el papel de princesa. De mujer sufrida y abnegada de sus propias metas. Con que rapidez e intensidad palpitaba mi corazón por los dos, mientras el tuyo latía, acompasado a tus intereses.
Aún recuerdo aquellos mil días, dándolo todo por y para ti. Hasta que un día me abandonaste. No supiste estar junto a mí en los días malos. Faltaste al lugar de la cita. No tuviste el valor ni los argumentos para aquella injusta e inmerecida despedida. Al final tuve que ir en tu busca. Como siempre.
No te bastaron mis súplicas. Me dejaste narcotizado con mis falsas idealizaciones. Huiste cuando más te necesitaba, dejándome perdido y sin rumbo, en medio del abismo. Tirado en el suelo, sin fuerzas para levantarme, por el efecto boomerang de tantas emociones entregadas.
¡Qué buena actriz, y que mal figurante! Estabas tan metida en tu papel, que llegué a creerme tu personaje. Tenías la obra estudiada y el escenario controlado. Es posible que hayas leído aquel poema, (“Mil días”), que un día escribí pensando en ti. Que te hayas creído aquellos versos enajenados y locos de amor. No, no fueron mil días. Prefiero callarme los días, las horas, los minutos y los segundos que duró aquel calvario. Aquél eterno síndrome de Estocolmo.
Hoy soy un preso que ha cumplido la condena material y emocional de tu secuestro. Ese fue tu pago a mi buen comportamiento. Ahora soy un hombre libre que se ha rescatado a sí mismo. Y no un rehén sometido a los caprichos egoístas de aquella condena injusta, a la que durante tanto tiempo me tuviste sometido.
José Luis Meléndez. Madrid, 9 de mayo del 2017
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