Querido Antonio:
¿Se puede saber dónde te has metido? Hace días que no te veo, ni te oigo, ni se nada de ti. La prensa incluso te da por desaparecido, pero conociéndote, creo que más bien se trata de una de esas bromas a las que nos tienes acostumbrado. Comprenderás por tanto, querido amigo, que me extrañe y me duela esta ausencia que empieza a tornarse prolongada, y preocupante. Dirás desde allá donde estés con tu sempiterna voz, y tu semblante sonriente, que no tengo motivos para ello. Y yo no tendré más remedio que darte la razón. Porque cada viñeta de Forges tiene algo de Antonio.
Aun así me parece injusto que tu pseudónimo haya eclipsado tu nombre, tu persona, y tu lado más humano. Porque sin Antonio, Forges no hubiese existido. He tardado, y espero que disculpes mi torpeza en entender cuál ha sido el motivo: te has ensanchado tanto, y te has proyectado con tanto amor a los demás, que tu propio nombre se te ha quedado pequeño. No cabía en él un corazón tan grande.
Encogías tu nombre, y agrandabas tu corazón mientras volabas en tu “nebulosa”, antes de dibujar cada viñeta. Luego dibujabas en tu rostro una sonrisa, la cual compartías, pues como solías decir: “si no lo compartes, no vale nada”. Tu mano y tu rotulador bailaban cada día en la pista de baile que era tu estudio el vals de la razón y de la emoción que terminaba mojando tus papeles. Con ese perfecto equilibrio entre curvas y rectas que solo tú, como buen maestro dominabas.
No sabes lo que va a echar de menos esta pluma a tu rotulador. Yo sin embargo, no te echaré tanto en falta (sonrío), por culpa de ese bendito y maldito Forges ouroboro, que ha intentado comerse poco menos que tu alma. Porque allí donde tu ponías el sentimiento, Forges lo eclipsaba todo con su corazón. Nunca olvidaré aquel día en el que tu rotulador conquistó mi pluma, ¿recuerdas? Entre los dos surgió un romance idílico, pasional y eterno. Formaban los dos una pareja tan auténtica y maravillosa, que lejos de entristecerme, me tranquilizo y sonrío, sabiendo que tal vez ahora estéis más cerca de Amanda.
Piénsate Antonio este traslado en el cual te has embarcado; aun estás a tiempo. Haz el favor de volver y de retomar tu oficio, pues sin ti me temo que el mundo acabe por perderse y termine por “esnafrarse” del todo. Si después de reconsiderarlo decides quedarte en tu nuevo estudio, no te preocupes: todos tus lectores, entre los cuales me incluyo, cuidaremos de tus hijos imaginarios. Y ellos a su vez, seguirán guiándonos y animándonos con tu sonrisa, cada vez que los veamos andar y saltar entre los estantes de cada librería y de cada biblioteca.
Intentaré sonreír, si la realidad no me sobrepasa, a través de tu obra. A pesar de la orfandad, de la soledad, y de lo pequeño que me he vuelto a sentir con tu ausencia. Me acordaré cada día del lado humano de Antonio, y del lenguaje “increibol” de Forges y sus criaturas o Forgesgendros. Nos hiciste ver por medio de tus últimas viñetas, que estabas en la cuerda floja, debido a que la maldita piedra de la enfermedad, tuvo el poco respeto y la indecencia de tropezar en tu camino. Yo sin embargo, querido maestro, un día tuve la suerte de tropezar contigo.
Antonio, lo siento en el alma, pero no te voy a perdonar que te hayas ido así: sin despedirte, sin abrazarte, y sin conocerte. Por mucho que te llamo, no haces más que comunicar. No me extraña: tanta “gensanta”, haciendo lo mismo, y tú con un solo teléfono. ¡Tiene narices la cosa!.
Me despido por hoy, mi grande y leal amigo. Recibe un fraternal y sostenido abrazo de todo el equipo de este blog llamado La Pluma en Ristre, y al que el genial Forges, hubiese llamado “Plumaitor enristreibol”.
¡Cuídate y hasta pronto!
Con cariño:
José Luis
PD: Se ha ofrecido esta carta al programa radiofónico "No es un día Cualquiera", de Radio Nacional de España, programa en el cual colaboraba Forges, y del cual es seguidora La Pluma, por si estiman oportuna su difusión.
José Luis Meléndez. Madrid, 24 de febrero del 2018
Fuente de la imagen: commons.wikimedia.org
¿Se puede saber dónde te has metido? Hace días que no te veo, ni te oigo, ni se nada de ti. La prensa incluso te da por desaparecido, pero conociéndote, creo que más bien se trata de una de esas bromas a las que nos tienes acostumbrado. Comprenderás por tanto, querido amigo, que me extrañe y me duela esta ausencia que empieza a tornarse prolongada, y preocupante. Dirás desde allá donde estés con tu sempiterna voz, y tu semblante sonriente, que no tengo motivos para ello. Y yo no tendré más remedio que darte la razón. Porque cada viñeta de Forges tiene algo de Antonio.
Aun así me parece injusto que tu pseudónimo haya eclipsado tu nombre, tu persona, y tu lado más humano. Porque sin Antonio, Forges no hubiese existido. He tardado, y espero que disculpes mi torpeza en entender cuál ha sido el motivo: te has ensanchado tanto, y te has proyectado con tanto amor a los demás, que tu propio nombre se te ha quedado pequeño. No cabía en él un corazón tan grande.
Encogías tu nombre, y agrandabas tu corazón mientras volabas en tu “nebulosa”, antes de dibujar cada viñeta. Luego dibujabas en tu rostro una sonrisa, la cual compartías, pues como solías decir: “si no lo compartes, no vale nada”. Tu mano y tu rotulador bailaban cada día en la pista de baile que era tu estudio el vals de la razón y de la emoción que terminaba mojando tus papeles. Con ese perfecto equilibrio entre curvas y rectas que solo tú, como buen maestro dominabas.
No sabes lo que va a echar de menos esta pluma a tu rotulador. Yo sin embargo, no te echaré tanto en falta (sonrío), por culpa de ese bendito y maldito Forges ouroboro, que ha intentado comerse poco menos que tu alma. Porque allí donde tu ponías el sentimiento, Forges lo eclipsaba todo con su corazón. Nunca olvidaré aquel día en el que tu rotulador conquistó mi pluma, ¿recuerdas? Entre los dos surgió un romance idílico, pasional y eterno. Formaban los dos una pareja tan auténtica y maravillosa, que lejos de entristecerme, me tranquilizo y sonrío, sabiendo que tal vez ahora estéis más cerca de Amanda.
Piénsate Antonio este traslado en el cual te has embarcado; aun estás a tiempo. Haz el favor de volver y de retomar tu oficio, pues sin ti me temo que el mundo acabe por perderse y termine por “esnafrarse” del todo. Si después de reconsiderarlo decides quedarte en tu nuevo estudio, no te preocupes: todos tus lectores, entre los cuales me incluyo, cuidaremos de tus hijos imaginarios. Y ellos a su vez, seguirán guiándonos y animándonos con tu sonrisa, cada vez que los veamos andar y saltar entre los estantes de cada librería y de cada biblioteca.
Intentaré sonreír, si la realidad no me sobrepasa, a través de tu obra. A pesar de la orfandad, de la soledad, y de lo pequeño que me he vuelto a sentir con tu ausencia. Me acordaré cada día del lado humano de Antonio, y del lenguaje “increibol” de Forges y sus criaturas o Forgesgendros. Nos hiciste ver por medio de tus últimas viñetas, que estabas en la cuerda floja, debido a que la maldita piedra de la enfermedad, tuvo el poco respeto y la indecencia de tropezar en tu camino. Yo sin embargo, querido maestro, un día tuve la suerte de tropezar contigo.
Antonio, lo siento en el alma, pero no te voy a perdonar que te hayas ido así: sin despedirte, sin abrazarte, y sin conocerte. Por mucho que te llamo, no haces más que comunicar. No me extraña: tanta “gensanta”, haciendo lo mismo, y tú con un solo teléfono. ¡Tiene narices la cosa!.
Me despido por hoy, mi grande y leal amigo. Recibe un fraternal y sostenido abrazo de todo el equipo de este blog llamado La Pluma en Ristre, y al que el genial Forges, hubiese llamado “Plumaitor enristreibol”.
¡Cuídate y hasta pronto!
Con cariño:
José Luis
PD: Se ha ofrecido esta carta al programa radiofónico "No es un día Cualquiera", de Radio Nacional de España, programa en el cual colaboraba Forges, y del cual es seguidora La Pluma, por si estiman oportuna su difusión.
José Luis Meléndez. Madrid, 24 de febrero del 2018
Fuente de la imagen: commons.wikimedia.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario