Desde que nos levantamos, hasta que nos acostamos, vivimos en una continua sucesión de sonidos artificiales. El despertador se encarga de avisarnos que es hora de levantarse. El timbre del microondas que el desayuno está preparado. El motor del coche o del transporte público que es hora de ir al trabajo. Entre un lugar y otro, los politonos del móvil, la música de algún vídeo, o el aviso de algún wattsapp, nos permiten desconectar de la rutina diaria. Vivimos en un continuo sobresalto.
De vuelta a casa la televisión a través del telediario nos subtitula la jornada informativa del día. Solo a la hora de acostarnos, cuando todo está en calma, logramos conectar, con el amigo más importante que tenemos: nuestro yo interior. Esa misma sensación enriquecedora y saludable, es posible experimentarla durante el transcurso del día, si somos conscientes de ello, y nos concedemos, cuando lo necesitemos, uno de estos bellos encuentros.
Por este motivo, conviene a menudo, desprenderse de lo superfluo. Nos pasamos gran parte del día desconectados de lo importante, más que conectados a nosotros mismos. No hace falta salir al campo, ser un yogui, ni un gurú para buscar y poder sentir esa conexión del cuerpo con el espíritu. Tan solo es necesario desprenderse del reloj, y parar el tiempo, para convertir unos pocos minutos, en unos instantes eternos, que nos hagan sentirnos más libres, nos inunden de paz, y nos proporcionen la energía necesaria para proseguir con fuerzas renovadas el camino.
A través de ese estado de quietud, a los pocos minutos, uno consigue integrarse, y sentirse parte de la naturaleza, mientras siente la fuerza de los cuatro elementos: la música del agua, el calor del fuego (sol), la brisa en la cara (aire), y los pies en el suelo (tierra). Las aves que acuden al agua, se hacen también testigos y partícipes de esta ceremonia natural.
La vida es movimiento. El agua nos canta su himno universal; el mismo que un día dejamos de cantar, cuando abandonamos nuestro verdadero hábitat natural. Nos recibe pura, limpia, sin resentimientos, y nos invita con su melodía a permanecer a su lado. Basta con observarla unos instantes, para entender su mensaje y su enseñanza: el mismo agua que cae a la poza, es la misma que instantes después vuelve a salir con un movimiento más vivaz. La noche se convierte en día, y la idea se transforma en pensamiento. La muerte se reencarna en la vida, cumpliendo de esta forma, la ley natural de los ciclos.
José Luis Meléndez. Madrid, 19 de febrero del 2017
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