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7 de septiembre de 2015

La noche que Nacha, estuvo de racha

Aquella gatita logró conquistar mi corazón, con el amor más auténtico, que el de una mujer enamorada.

Vídeo de Nacha(ver aquí)

Los acontecimientos, eso que los supersticiosos llaman rachas, acuden a nuestra vida como olas que te pueden acariciar o arrollar con la fuerza de un tsunami. El mar en calma, sin embargo, es ese estado mental e interior, que solo nosotros podemos crear, y desde el cual podemos bucear, hasta nuestro ser más íntimo. El viaje más profundo, grandioso, y auténtico, que una persona puede realizar, se llama inmersión. Si uno es capaz de eso, está más a salvo que si estuviera contemplando el oleaje desde la orilla. Las olas pueden pasar por encima de ti, pero cuando quieran mojarte, tú ya estarás a salvo, debajo de ellas.

Hacía ya tiempo que no me veía salpicado por una de estas olas kármicas, que bajo la apariencia de algún animal, acuden a la vida diaria de uno, con objeto de reclamar la atención de esas pobres criaturas desvalidas y en apuros.
Una vez que esto ocurre, y el mar moja tus pies, mientras observas como se entierran tus dedos en la arena, es entonces cuando te preguntas, si has sido tú el que has ido al mar, o es el mar, el que ha ido en tu busca. Si es una visita, o más bien un reencuentro de dos seres que hace tiempo se extrañaban.

En una de estos estados de profunda calma y sueño me encontraba, la madrugada del veintiuno de agosto, cuando a la una y cuarto de la madrugada, sonó el timbre de la puerta de casa. Un solo toque. Al cabo del rato otros cuantos más insistentes. Ignoro las pulsaciones por minuto, que el corazón de una persona, en la fase de sueño profundo, puede tener, ni los que puede llegar a adquirir, después de un sobresalto de similares características. Ante la insistencia del timbre, salté sobresaltado de la cama. Antes de encender la luz, decidí asomarme por la mirilla. Era la silueta de una mujer de mediana edad, que parecía ser mi vecina. El estado de sobreexcitación, me impidió vestirme, y decidí asomarme por la ventana. Al hacerlo, después de saludarla, se dirigió a mí, en un tono excesivo de rubor, y un rostro de considerable preocupación.

A continuación me pidió, reiteradas disculpas por las formas, y por las horas intempestivas de la llamada, y me expuso el motivo de su llamada. Nacha, su preciosa gatita Sphyns (también llamados gatos esfinge o egipcios), de apenas cuatro meses, acababa de realizar su primera salida nocturna, y había venido y bajado a mi patio. Una de las características de esta raza de felinos, es su aparente ausencia de pelaje, casi imperceptible a la vista o al tacto. Por este motivo, prefieren los lugares cálidos, ya que son muy sensibles a los cambios de temperatura. A diferencia de otras razas de su especie, es un animal de carácter tranquilo, sociable, afectuoso, y con mayor dependencia afectiva hacia sus cuidadores.

Nacha, aquella noche logró salir, por un hueco no previsto ni autorizado por sus tutores. Más tarde subió al tejado inferior de su patio, siguió por el de la casa contigua que nos separa como vecinos, y logró bajar (o quién sabe si caer) desde el tejado de la casa desde una de las vallas de ladrillo que limitan el recinto, de una altura aproximada de dos metros. Después de que su tutora consolase, y recogiese a su gatita en brazos, como si de una hija se tratase, los tres pudimos celebrar, el perfecto estado del animal (aún le faltaban uñas, para agarrarse a la pared).

Una vez acostado de nuevo en la cama, y desvelado por la escena, me vino a la memoria el espíritu de Blacky (llamada Linda por su familia). Aquella gatita blanca y negra, que hace años logró conquistar mi corazón, con el amor más auténtico, que el de una mujer enamorada. ¿Será acaso Nacha su reencarnación? ¿Por qué eligió este patio, y no el del vecino, para colarse y bajar al suelo? La misteriosa gatita, y el final feliz de su visita, pasarán a la historia, con esta frase maullida y felina: la noche que Nacha, estuvo de racha.

José Luis Meléndez. Madrid, 22 de Agosto del 2015.

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