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6 de mayo de 2025

La fuerza de vivir

La respuesta que siempre les ofrecía era la misma: no tengo fuerzas de vivir

Era abrir los ojos nada más despertarme y sentir la agresividad exterior que le hacía a uno sentirse rendido, sin fuerzas físicas ni psíquicas de poder levantarme. Enseguida comprendí que me estaba convirtiendo en mi propio enemigo; que una parte de mi mente se estaba intentando apoderar del resto.

Auné fuerzas como pude y logré incorporarme. El cuerpo pesaba más de lo normal, a pesar de haber adelgazado algunos kilos como consecuencia de la inapetencia de los últimos treinta días. Con cierto esfuerzo logré incorporarme, vestirme y enfundarme la armadura con la que pretendía blindarme contra dicho enemigo intruso. Recién duchado y con la mochila preparada para un posible ingreso, tomé dirección hacia mi hospital de referencia.

Durante las ocho horas que permanecí en distintas áreas y estancias, tuve la inmensa suerte de sentir la presencia de unos seres que habitaban en un plano superior de humanidad. Hay ángeles que te preguntan qué te pasa, otros que te hablan y te ofrecen su ayuda; que te hacen preguntas cerradas, conscientes de tus irremediables respuestas balbuceantes, esbozadas ante unos llantos desconsolados de pena, impotencia, dolor y sufrimiento.

Existen otro tipo de ángeles y de hadas, que además de velar por tu bienestar emocional, se preocupan por tu cuerpo y te traen con una sonrisa y algo de conversación una bandeja de comida. Los hay que se interesan por el motivo de tu ingreso y se reúnen en equipo contigo para conocer tu historia personal intentando buscar una salida pactada.

Tanto los ángeles de la línea verde (consultas), como los de la línea amarilla (boxes) no podían evitar formularme la misma pregunta: ¿Qué te pasa, José Luis? La respuesta entre sollozos y clínes que siempre les ofrecía era la misma: no tengo fuerzas de vivir. Durante las ocho horas que permanecí en el centro (tres de ellas en consultas, y cinco en boxes, esperando que la medicación me hiciese efecto), pude realizar la suma de personas que me atendían. Ocho, sin incluir a celadores y personal de limpieza.

Los cristales del hospital y del personal residente me protegian entretanto de la hostilidad exterior. La batalla proseguía, pero ahora fuera de estos muros. Aquí no existen las traiciones, las envidias, ni los ajustes de cuentas. Las muestras de solidaridad y de humanidad penetran por cada uno de los pasillos, habitaciones y habitáculos, propiciando un clima de paz y confianza.

Los sanitarios practican la psicología del afecto. El tono con el que se habla a los pacientes contrasta con la acritud verbal del exterior. “Lo importante es que has venido, aunque te haya costado hacerlo”. En los hospitales se sanan las dolencias, se investiga, se calma el sufrimiento, no solo con la medicación, sino con la magia y emotividad de las palabras que brota de una forma espontánea y natural, como un manante de agua pura y relajante.

Un día de hospital, aunque sea de acompañante, merece la pena y puede llegar a ser una experiencia enriquecedora. Ayuda a recapacitar sobre la brevedad de la vida, sobre sus distintas etapas, y enseña a valorar lo realmente importante. El hospital le devuelve a uno la vida que le quita la ciudad. No hay mejor anfitrión que un facultativo. Nadie como ellos, son capaces de velar por lo más valioso que posee uno, que es su salud y su vida.

Siempre que he salido de un hospital lo he hecho con ese sentimiento verdadero de hermandad. La alegría nos une, pero es el dolor y en el sufrimiento donde realmente florece la empatía y la solidaridad del verdadero ser humano. Salir de un hospital cuesta más que entrar en él. Uno entra mal, pero sale como mínimo reconfortado, sabiendo cuales son las causas de sus dolencias. La salida del hospital me devuelve la esperanza perdida en el ser humano. Tal vez sea porque las ciudades son grandes moles deshumanizadoras.

Nací en un hospital y el hospital me ha vuelto a invitar a la vida. Por eso, cuando llegue mí hora, me gustaría dedicarle mis últimos días de vida, en una de sus camas. Porque en él siempre encontré la humanidad que en mi vida faltó. Ese día voy a echar de menos a estas personas y voy a sentir la presencia de algunas visitas inoportunas.

José Luis Meléndez. Madrid, 6 de mayo del 2025

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