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23 de febrero de 2024

La prótesis

En estos tiempos, es raro conocer a alguna persona que no requiera  de una prótesis tecnológica

Lamentablemente la vida ya no es tan humana como lo era antes. En estos tiempos que corren, es raro conocer a alguna persona que no requiera de una prótesis tecnológica para relacionarse con los demás, y, de paso sobrevivir a la burocracia imperante.

La tecnología, “según sus avances” (sic), está transformándonos en seres cada vez más discapacitados. Por ejemplo, ya no somos capaces, como hacíamos antes, de dirigir la palabra ni de dar los buenos días a alguien que se encuentra en una parada o estación del transporte público. A nivel fisiológico la tecnología ha agachado nuestras cabezas, como evidente muestra de adoración y de beatitud que se le profesa de una forma tan continuada, como obscena. El mundo, la vida, ya no es lo que te rodea, es lo que existe dentro de un plasma móvil.

Si bien es cierto que la tecnología ha demostrado su eficacia en determinadas circunstancias, como lo son los rescates de emergencias o la pandemia, se hace cada día más conveniente hacer una reflexión acerca de si hacemos un uso abusivo e indiscriminado de ella, así como los efectos que tiene y tendrá en nuestro cuerpo (sobrepeso, cervicales, traumatismos, pérdida de visión) y en nuestro cerebro a largo plazo, como son la pérdida de psicomotricidad o de funciones cognitivas, por poner algunos ejemplos.

Tampoco utilizamos las piernas ni hacemos el mismo ejercicio que antes. Hace años era la mano la que nos servía para escribir ayudada de algún útil. Entonces uno podía constatar la evolución de su grafía. La tecnología gracias a sus avances, ha conseguido anestesiar nueve de los diez dedos de los que disponemos, pero no por ello, tenemos que dejar de seguir agradeciéndole el grado de inutilidad al cual nos está lleva llevando (hablo de tecnología, no confundir con ciencia).

Más sencillo, cómodo y ético que quedar con alguien es despacharle a golpe de click o de pantallazo, evitando así desarrollar nuestras capacidades sociales y sensoriales. Tampoco es suficiente que nuestros ojos vean la escena de una película. Ahora la inteligencia artificial nos traduce la escena de forma verbal, como si fuésemos tontos y no supiésemos interpretar con nuestros sentidos, las distintas escenas que se desarrollan en el film. Y ahí entra el hecho de emplear el eufemismo de inteligencia artificial con objeto de someter a sus adeptos a la categoría de tontos naturales.

Ya lo ven, la IA ha adquirido una competencia más: la de ser la verdadera garante de nuestros sentidos. Así que ya lo saben: a partir de ahora no se fíen de lo que perciban sus sentidos en sus sesiones cinematográficas y acudan a la ayuda de la IA, antes de sacar sus propias conclusiones. “Un hombre se dispone a poner un punto y aparte” (sic).

Evidentemente la IA ha contribuido a que hayamos perdido emotividad, así como calidad y cantidad en nuestras relaciones humanas. A cambio de robarnos la intimidad y expresividad, la tecnología ha puesto a nuestra disposición emoticonos que lloran y se ríen por nosotros. Nos han desprovisto de herramientas personales pero como contrapartida han puesto a nuestra disposición aplicaciones para que sigamos evitándonos. Divide y vencerás.

Ya no es necesario llegar al trabajo para fichar. Uno ya suele hacerlo de forma inconsciente, nada más encender su oficina móvil desde su casa una o dos horas antes de llegar a su empresa. El usuario enciende su oficina y ésta apaga y desconecta la mente del usuario de su vida real. Los vecinos, están, si, pero no existen (click). Desde ese momento el usuario no solo trabaja gratis, sino que ofrece su tiempo, sus energías y su privacidad a empresas que a su vez le ofrecerán sus servicios. Sus datos y su seguridad empiezan a partir de ese momento a estar expuestos a posibles amenazas. Nada sale gratis.

Mientras la tecnología va hacia adelante, nosotros como especie (hasta hace años dotada de unos mínimos de educación y humanidad), lo hacemos hacia atrás. La velocidad de retroceso, por no decir de retraso, es inversamente proporcional a los avances que nos ofrece la tecnología.

Ahora gracias a la aparición del ChatGPT tampoco van a ser necesarias desarrollar facultades psicoanalíticas o de redacción. Ello nos impedirá descubrir y desarrollar nuevas facultades que hubieran podido convertirse para algunas personas en uno de los mayores placeres de sus vidas.

Tampoco se estila llevar un bolígrafo, como antes se hacía, para anotar asuntos personales, facilitar a alguien datos o hacer cuentas. Eso es cosa de carcas antiguos. Los modernos prefieren utilizar los datos de su smartphone, antes que las neuronas de sus respectivos cerebros. Ahora no son los mayores, sino los jóvenes los que necesitan hacer un mayor uso de éstas prótesis, lo cual define a grosso modo, el grado de degradación al cual hemos llegado.

Los selfies y los emoticonos, como hemos visto, restringen y anulan nuestra capacidad expresiva. Si a eso añadimos que no nos miramos a la cara con mucha menos frecuencia que antes, se puede uno hacer a la idea del grado de deshumanización y despersonalización a las cuales nos ha conducido el progreso de la tecnología.

Ese desprecio presencial al que suelen inducir las redes sociales nos ha arrebatado los tonos personales de nuestra voz, nuestros paseos, nuestra forma de andar y de reírnos. Nuestro perfume y nuestro olor personal, nuestra física y nuestra química. Nuestros abrazos, nuestros besos, nuestras caricias y la magia y luminosidad de una sonrisa cómplice.

La IA supone una amenaza hacia nuestras relaciones sociales y hacia nuestra intimidad personal. Su proselitismo es: o te adaptas a mis exigencias efímeras y cambiantes o te excluyo. Lo malo e inevitable es que para sobrevivir a la realidad que nos ha tocado vivir, hay que utilizar la tecnología, aunque sea a costa de tu "muerte personal".

La tecnología se ha convertido en la nueva religión del presente y me temo que del futuro. Con una diferencia, los adeptos tecnológicos, han de tener más fe en sí mismos que en Dios, para volver un día a reunirse consigo mismos y conocer el paraíso que un día dejaron.

El único día que podremos constatar si la tecnología ha contribuido verdaderamente a nuestro progreso, será el día del apagón. Ese día podremos saber con certeza cuántas cosas hemos desaprendido, cuántas podremos y cuántas sabremos hacer.

José Luis Meléndez. Madrid, 22 de febrero del 2024. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

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