Todavía hay algunos que sostienen que es el amor, y no el interés propio, el que mueve el mundo
Frank Cuesta ha vuelto a nacer. Hace unas horas ha sido atacado por un ciervo que le ha clavado una de sus astas en el estómago. Las imágenes son bastante duras, como él mismo reconoce. El vídeo está subido en YouTube. El más completo que he visualizado en su totalidad, está editado por Libertad Digital.
Al parecer el ataque a Frank, se ha producido porque es época de celo, y los animales en estas fechas tienen sus propios códigos y se vuelven más territoriales y protectores con respecto a sus hembras. Una vez ha sido cogido, ha logrado a durísimas penas, sacarse el asta, hecho que le ha costado al menos cinco minutos. Una vez ha logrado desprenderse del asta, ha procedido a coserse él mismo la herida. Me alegro que haya salido con vida de esta. Aún me encuentro impresionado por los hechos y las imágenes.
Segundos después de publicarlo, he decidido eliminarlo, con objeto de no dañar la sensibilidad de algunas personas, que últimamente muchos se escandalizan ante cualquier nimiedad, del tipo que sea. Aunque ante los asuntos importantes, como los relativos al sufrimiento de la gente, muestran su indiferencia, como buena gente que son.
Y todavía hay algunos que sostienen que es el amor, y no el interés propio o el deseo que preconizaba Buda, el que mueve el mundo. Porque cuando la pobreza entra por la puerta, el amor no salta por la ventana, ¿verdad...? Supongo que se refieren al mismo amor que ha "movido" al hombre a perpetrar los horrendos acontecimientos que han quedado escritos en la Historia y que continuarán escribiéndolos por los siglos de los siglos...
Por eso existen tantos países en el mundo y se siguen fabricando armas. Por eso existen más relaciones comerciales que desinteresadas entre los distintos países y personas. Y por eso está tan bien repartido el mundo, gracias al amor que los ricos profesan a los pobres. Por eso la avaricia mundial es superior a la solidaridad. Por eso siguen predicando algunos que nos amemos los unos a los otros, mucho más de lo que nos amamos a nosotros mismos (excluyendo a los animales y a las plantas, que aunque son hijos de Dios, no son hermanos de los hombres). Amén.
Porque el hombre cuida de su planeta, de sus mares y de su aire gracias al amor que siente por sus hijos y por él mismo. Y tala bosques enteros sin importarle la vida de sus descendientes directos que viven en el interior de los mismos ecosistemas por la inconmensurable compasión que sale de su pecho. Y mata por matar, gracias al amor que siente por su insoportable aburrimiento.
El amor mueve el mundo, dicen. Aunque curiosamente, la frase toma un significado más real, cuando se construye a la inversa. Es la tierra, la que a pesar de la brutalidad a la que continúa sometida por el hamor-erectus, sigue proporcionando a este, agua y alimentos, gracias a los cuales puede seguir viviendo. Un amor que de ser justo no debería ser eterno.
Porque es difícil elegir entre el amor que los israelitas profesan a los gazatíes, el que los rusos demuestran a los ucranios, el que los nazis derrocharon con los judíos, el que algunos países han demostrado con sus guerras civiles, entre ciudadanos de una misma nación, o el que se continúa profesando en los distintos conflictos motivados por prejuicios ideológicos, territoriales, pasionales, económicos, personales, religiosos o de cualquier otra índole.
Así es, en resumidas cuentas, la sociedad que estamos construyendo: mueve y polariza más el odio que el amor. Da la impresión que la toxicidad es más enriquecedora para los intereses personales de algunos que la pureza de lo auténtico y de lo bueno podría ser para todos. Que es más apetecible una ración de emociones envenenada y tóxica que una relación saludable, libre y exenta de comentarios despectivos y previamente intoxicados, con tal de desconectar y de salir de la monotonía social en la que algunos viven instalados. Un caldo perfecto para establecer relaciones de confianza, de calidad, enriquecedoras y duraderas en el tiempo.
Incluso todavía hay individuos que se extrañan de que muchas personas permanezcamos solteras. Bienaventurados los solteros porque al menos estamos libres de ciertos prejuicios y condicionantes, si exceptuamos las envidias naturales y comprensibles que lógicamente despertamos.
Lo que realmente asombra es que nadie haya calculado la suma de personas separadas, divorciadas, solteras, y de aquellas que viven en régimen de parejas de hecho, para ver si hay más solteros, casados, y, de paso confirmar, si realmente los raros son los solteros o los casados, que después de separarse, deciden volver a casarse, es decir, a anularse a sí mismos y a sus parejas.
Y yo que pensaba que ya no quedaban románticos en el mundo...
José Luis Meléndez. Madrid, 30 de enero del 2024.
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