Parece mentira, por no decir triste, como algunos imprevistos, pueden cambiar el transcurso del día. El caso es que esta mañana al salir de la ducha y ponerme la camiseta he descubierto, gracias al espejo, unas manchas rojas, en dicha prenda. Parecía, ahora viéndolo con cierta perspectiva, un hincha del Sporting (como es sabido, la camiseta de dicho equipo asturiano, está formada por franjas alternas y verticales, de colores rojo y blanco). Y digo del Sporting y no del Atlético, porque sin ser seguidor de ningún equipo, siento una especial predilección por los equipos humildes.
Los equipos humildes suelen proporcionar muchas más emociones que los primeros de la lista y casi siempre pierden porque tienen menos recursos económicos para fichar mejores jugadores. Se puede afirmar, por tanto, que el fútbol no es un deporte igualitario, ni justo. No solo porque juegan menos mujeres, sino porque no juegan los equipos en las mismas condiciones y con el mismo presupuesto, como lo hacen por ejemplo, dos jugadores de ajedrez.
Pero volvamos al lugar de los hechos. Al darme cuenta que eran manchas de sangre, he indagado por distintas partes de mi cuerpo, con objeto de averiguar su origen (bueno a excepción de una, por miedo a que se cumpliesen mis temores). No lo he logrado averiguar hasta pasada una media hora. La sangre provenía de uno de mis dedos.
Una vez localizada la herida, he procedido a ponerme una tirita. El problema es que no pegaba lo suficiente y se abría. Así que, ante el permanente goteo o hemorragia, se me ocurrió la brillante idea de coger un poco de papel higiénico y sujetarlo fuerte con cinta celo. Dicho y hecho. La solución ha sido fantástica y ha surtido su efecto de torniquete.
Primera parte del imprevisto solucionada. Pero una vez quitada la camiseta se me ha presentado el segundo desafío: ¿cómo quitar las manchas de sangre? Así que he empapado las zonas afectadas con un quitamanchas y a continuación he procedido a hacer un lavado a mano. Tonto de mí, porque podría haber consultado a alguna vecina, hubiera recibido sus respectivas atenciones y cuidados y en el peor de los casos, al menos, hubiera conseguido por añadidura, limpiar la morbosidad mi mente.
Lamentablemente, una hora después, tenía cita en la piscina y he tenido que quitarme mi precioso e inimitable vendaje con toda la pena del mundo. Y para colmo no estaba la socorrista con la que suelo hablar. Otra oportunidad perdida ante la cual hacer gala de mis curas y habilidades.
Así que al final he terminado consolándome retrotrayéndome a mi niñez. Aquella época en la que solía jugar inocentemente con una vecinita. Yo solía entretenerme con su cocina (como se ve ya afloró por entonces, una de mis aficiones), mientras ella se empeñaba en jugar conmigo a los médicos. Para ello, solía instalar la clínica detrás del sofá. Hasta que, claro, un día nos pillaron.
Como consecuencia de ello, la "autoridad competente", decidió precintar el consultorio. Pero gracias a Dios, como ha quedado patente hoy, mi vocación de sanitario no se ha visto afectada por tan lamentable decisión. Y ese es un motivo que además de alegrarme, me anima, a seguir curando pacientes femeninas.
José Luis Meléndez. Madrid, 23 de noviembre del 2023. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org