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24 de octubre de 2022

Bodas y muertes

Una boda es una condena, pero la muerte es una liberación

Desde siempre me han atraído los ambientes de los aeropuertos y de los hospitales. Hoy añado el de los tanatorios. Hasta el punto de afirmar que me complace asistir a uno de estos recintos, antes que a una boda. Una boda es una condena, pero la muerte es una liberación. En un tanatorio uno es útil a los demás, en una boda solo es un figurante, un invitado más. En cada una de las zonas de cada una de estas instalaciones, las conversaciones, aunque breves, son profundas y emotivas. En una boda son largas, banales, superficiales y poco auténticas.

Acudir y recorrer cada una de estas instancias le permite a uno conectar con la verdadera esencia de las personas. Las miradas cristalinas, brillantes y enrojecidas acogen deseosas los abrazos cercanos con la naturalidad que nunca debió de perderse. Supone dejar por un momento las redes sociales, volver a tocarnos, a empatizar y recuperar toda esa humanidad perdida.

Ahora entiendo las palabras de Antonio Gala, cuando afirmaba que lo primero que hacía al llegar a una ciudad nueva era visitar los cementerios y los mercados. Porque según dice, definen bastante a un pueblo. Y comprendo ahora, torpe de mí, porque me han gustado desde siempre las entrevistas. Esas conversaciones mutuas en las que las palabras invisibles de cada uno de los intervinientes, sobrevuelan el aire y el espacio, sin que ambos sean conscientes, como pequeños retazos del alma. Que parece que no existen, pero que dejan su estela, después de ser pensadas, sentidas y pronunciadas.

Acabo de regresar de un entierro familiar. Después de saludar y conversar con mis primos, me he despedido con una silente y breve visita de mi difunta tía Marisa. Después he continuado hablando con el resto de asistentes con objeto de no saturar al círculo familiar más cercano a ella. Momentos después ha sido despedida en la intimidad por sus hijos y allegados más próximos.

Instantes después, ha sido introducida en un coche fúnebre de color blanco. Del tanatorio de la M-30 al cementerio de la Almudena he formado parte del cortejo, en un Mercedes de color negro que iba justo detrás del de ella. Parecía por su color, que el coche en el que iba, era el de una novia que iba de nuevo a unirse con su amado.

En alguna de estas conversaciones con los asistentes, he tenido oportunidad de intercambiar algunas de mis impresiones con algún familiar, como es la falta de psicólogos en estas instituciones para personas que carezcan de familiares o ante el caso de muertes trágicas. Y como observación he manifestado mi estupefacción ante el exceso de centros e instituciones destinados a “prepararnos” para la vida y la falta de educación por parte de las instituciones públicas para prepararnos ante esta etapa final para unos, y de tránsito para otros.

No he perdido la oportunidad de recordar en una de mis intervenciones el deseo que manifesté en su día a través de mis blogs de ser incinerado. Y que de haber elegido un entierro tradicional hubiera solicitado un ataúd ecológico, como el de la imagen, lacado con los tres colores de mi blog, con objeto de dar un toque más festivo a la ceremonia. Una práctica que además de higiénica y sostenible (mis cenizas pueden abonar algún pinar como el que en su día estuve a punto de quemar en la localidad de Añorbe), evitaría a mis seres queridos el compromiso de visitarme.

Porque entre otras cosas, considero que la mejor visita que se le puede hacer a un ser querido fallecido, no es con el cuerpo, sino con el alma, a través del recuerdo. Esto es, de una forma espontánea y diaria, en lugar de un día al año, como es el Día de Todos los Santos. ¿O es que acaso son santos todos los que un día nos dejaron...?

José Luis Meléndez. Madrid, 24 de octubre del 2022. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

23 de octubre de 2022

Precaución

¡Precaución!: zona de libertad

Comparto con todos ustedes esta instantánea solicitada y cedida por la gentileza de Ignacio Ramos, realizada en una de sus rutas por la sierra. Al principio me ha hecho gracia, pero con el transcurso del tiempo, ha terminado por darme pena. El motivo no es otro que el lamentable mensaje que encierra semejante imagen.

Según se desprende de la instantánea, da la impresión que la libertad es una zona muy peligrosa para los niños y por ello los mayores no solo tienen que tener, sino poner mucha precaución con respecto a ella. La de los adultos (entre ellos los que han puesto el letrero), ya es otra cosa, porque hasta la fecha no hay letreros de esta guisa con una señal similar a la de la imagen que recen: “Adultos en libertad”, que son los que en definitiva tienen más peligro para la sociedad, el planeta y por tanto para sus propios hijos.

Cito por ejemplo a los cazadores. Por lo que se ve, este tipo de "adultos en libertad", tienen menos peligro en las zonas rurales para la vida, en el amplio sentido del término, de los niños, de los animales, los adultos y la de la flora de nuestros bosques y nuestros campos. En otras palabras, parece que los coches y sus conductores, son mucho menos peligrosos que los cazadores y sus macabras escopetas.

Hombre, centrándonos en la imagen, yo creo que se sobreentiende con la simple señal, la advertencia. ¿Qué ha habido más de un incidente?, pues con poner la palabra "Niños" o "¡Cuidado, niños!", junto a la misma, pienso que es más que suficiente. Con ello lograríamos por añadidura dignificar a los niños al dejar de compararlos con el ganado por medio de señales que son más propias de estos animales, con lo cual no solo se compromete el concepto de "libertad", sino el de la mismísima "infancia".

Sin dejar por supuesto de poner en cuestión, la más que presumible educación y precaución de los responsables de estos niños, al delegar en los conductores que transitan por la comarca por medio de la referida advertencia, la vida de sus retoños, y que es en definitiva, donde reside el verdadero peligro.

No hace falta elucubrar mucho para llegar a la conclusión que el autor o autora de dicha obra de arte, no debe ser precisamente oriunda de la zona. Porque los hijos de la gente de campo que habita en estas zonas, suelen estar advertidos a edades bastante precoces de éstos y otros muchos peligros que no solo atañen a las zonas de paso de los coches.

Denigrar una palabra tan bella y con tanto significado, como es la libertad, infundir miedo en lugar de respeto y admiración hacia ella y residir en una zona en la que su máxima expresión se hace a cada instante patente, es un signo de inadaptación y de inmadurez al medio.

El agravio a la libertad, concepto por el que luchan, han luchado y muerto millones de personas en el mundo, incluidos niños inocentes, considero que es infinitamente más perjudicial para la sociedad y los niños de otras zonas que leen el texto de la señal. Por no citar a los que viven ahí y leen el letrero todos los días...

José Luis Meléndez. Madrid, 22 de octubre del 2022. Imagen cedida por Ignacio Ramos Altamira

19 de octubre de 2022

La nueva normalidad

La profecía no es que haya fallado, es que era imposible que se cumpliese

Hace más de dos años, recién iniciada la pandemia de la Covid, se nos anunció repetidamente a los ciudadanos la futura llegada de una “nueva normalidad”. Un mundo distinto había poco menos que llegado para quedarse hasta la gran noche de todos los tiempos y al que deberíamos adaptarnos. Hoy, sin embargo, lo que vivimos desde entonces, es una anormalidad creciente de acontecimientos nacionales y mundiales que adquieren por momentos, matices verdaderamente preocupantes.

La profecía no es que haya fallado, es que era imposible que se cumpliese, si uno tiene en cuenta que el término “nueva normalidad” que se nos anunció por entonces, estaba formada etimológicamente por dos términos tan agónicos como antagónicos.

Así, mientras que la novedad es un término actual y mutable, la normalidad es un concepto estático, que prevalece en el tiempo. En otras palabras, lo normal nunca puede ser una novedad y una novedad no puede formar parte de lo que se entiende como normalidad.

Aunque las normas cambian, los hábitos permanecen. La pandemia de la Covid nos obligó, según una nueva norma, a llevar durante un tiempo mascarilla, pero no perdimos el hábito o la costumbre de quitárnosla cuando estaba permitido y de ir como siempre, con el rostro descubierto.

En el año 2020 vivimos una pandemia; en 2021 los efectos de un volcán. En 2022 una guerra y en 2023 la economía global crecerá menos de lo previsto, como consecuencia de la guerra de Ucrania, lo cual hará, según palabras del FMI que los europeos sintamos el nuevo año como una recesión. Vamos por tanto camino de tres años de una asombrosa y lo que es aún peor, de una preocupante y creciente anormalidad cotidiana. Tal vez estos sean los motivos por los cuales, aquellos que las pronunciaron y fracasaron en sus predicciones, hayan obviado referirse a los tiempos actuales como nuevos y normales.

La nueva norma decretada por las autoridades para salvaguardar y proteger la salud de los ciudadanos, supuso una excepcionalidad y una anormalidad que hubo que tomar, pero una vez que se controló el virus y pudimos quitarnos las mascarillas, las normas de antes, siguen hoy en día siendo las mismas de antaño.

El hecho de dejar de oler, de comer o de ver muertes multitudinarias no es sinónimo de una "nueva normalidad", sino de una preocupante anormalidad. Y anunciar para animar a los ciudadanos una “nueva normalidad”, es igual de absurdo que hacerlo de un "viejo cambio". Lo que algunos llamaban la “nueva normalidad” hoy forma parte de una realidad que no ha cambiado sustancialmente nuestras normas, hábitos y costumbres. En definitiva, la vida, como hace ya decenios anunció Julio Iglesias, sigue igual.

José Luis Meléndez. Madrid, 19 de octubre del 2022. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

12 de octubre de 2022

Jesús y su colina

La colina era esa elevación del espíritu al cual Jesús subía cada noche para transformarse en Quintero

Se nos ha ausentado por exigencias del guión, Jesús Quintero. Decir que se ha ido sería una falta de respeto hacia su persona, hacia su obra y hacia esa nueva forma de hacer y entender el periodismo.

Decía de él su madre, una de las personas que mejor le conoció, que era más raro que un perro verde y que un ratón colorao. De ahí que estas expresiones terminaran por convertirse en epígrafes de los espacios que él mismo condujo a lo largo de su prolífica carrera. Una forma maternal de reconocer explícitamente su originalidad, su personalidad y en definitiva su genialidad. Sus más de 200 premios, 500 personajes y 5000 entrevistas avalan dicha trayectoria.

Jesús Quintero siempre se mostró contrario a la telebasura y a la manipulación de los medios de comunicación por parte de entidades ajenas. Confiesa Javier Salvago, poeta, guionista y colaborador de Quintero durante treinta años, en el diario El País, que le gustaba interpretarse a sí mismo, porque en el fondo se sentía un actor frustrado. De ahí que se planteara sus programas como películas u obras de teatro. Y de que llegara en su día a que uno de los teatros en Sevilla, llevase su nombre.

La muerte junto con la locura fueron sus auténticos miedos, como así lo manifestó el maestro en la conversación que mantuvo con Antonio Gala, en el doceavo capítulo de la ronda de entrevistas que dirigió en Canal Sur, en el año 1991, espacio denominado, Trece noches con Gala, capítulos sueltos que pueden visualizarse en el canal de YouTube.

En un momento de la citada entrevista Quintero le formula a Gala la siguiente pregunta: “¿Quiere morir conscientemente, sabiendo que se está muriendo?”. Diríase por tanto, a juzgar por la naturaleza de la pregunta, que lo que verdaderamente atormentaba a Quintero era no tanto el hecho de morirse, sino la forma en la cual esta tuviese lugar.

Pero no solo la conciencia en la hora final le preocupaba al Maestro. El deterioro físico, prueba de su coquetería y de su alma de seductor, le atormentaban de igual forma a Quintero, cuando en otra de sus intervenciones de este encuentro, Quintero exclama ante la audiencia, dirigiéndose a su interlocutor: “Es penoso que se acabe el cuerpo”. El tono y el semblante serio que mantiene durante toda la entrevista confirman el respeto que el entrevistador mostraba a la hora de abordar este espinoso tema.

Jesús Quintero (18/08/1940), falleció el 3 de octubre como consecuencia de una insuficiencia respiratoria mientras dormía la siesta. Sin darse cuenta, en otro de los momentos de dicha entrevista monográfica llegó a verbalizar la forma en la que iba a morir. Justo en el instante en el que Quintero le manifiesta a Gala como un amigo suyo, había fallecido una noche mientras dormía.

La colina era, esa elevación del terreno y del espíritu, menor que una montaña, al cual Jesús (el cuerdo) subía cada noche para transformarse en el Quintero (el loco) o personaje que logró emerger su figura como actor, presentador  y magnífico entrevistador. Pero no todo fue una etapa de vino y rosas. A lo largo de su vida, Quintero se vio obligado a descender por culpa de Jesús, por alguna de sus sendas dolorosas, como la de la depresión o la ruina.

Quintero ejerció el sacerdocio del periodismo con un estilo y un ritual propio. Con su look de seductor formado por su inseparable chaleco y su foulard anudado al cuello, sus decorados acogedores medio apagados e intimistas, formados por velas y humos consumados y consumidos, unidos a sus temas musicales psicodélicos de Pink Floyd, supo crear el clímax perfecto para establecer una comunicación directa e íntima mediante la cual lograba extraer lo mejor del invitado y a la vez atraer la atención del telespectador.

El empleo de los silencios, de su inconfundible risa (ja, ja, ja), de su tos intencionada o de su sonrisa pícara y cómplice, fueron recursos naturales gracias a los cuales logró patentar ante el público su sello personal y su impronta.

Parafraseo a Gala, en la entrevista que mantiene con su amigo, cuando digo que la muerte le ha dado mayor intensidad a la vida de Quintero. Porque la ha sabido llenar de contenido. Jesús tenía miedo a la muerte porque como dice el insigne escritor, la miraba desde la vida, como hacemos los demás y la afeamos, sin darnos cuenta de ello.

“Se muere como se vive”, le dijo en cierta ocasión un enfermo terminal a Jesús quintero. Jesús Quintero ha muerto con la misma dignidad que vivió y deseó. La muerte lo sabía y le ha concedido uno de sus mayores deseos: no ser consciente de ese último y quién sabe si de ese primer momento, que según Gala, como superviviente de una experiencia de muerte clínica, asegura es el inicio de una nueva etapa más plena, cuya duración es mayor que la de toda una vida. D.E.P.

José Luis Meléndez. Madrid, 12 de octubre del 2022. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org