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25 de octubre de 2020

Pandemias

Son los seres humanos, y no los animales, los que están provocando las pandemias

La relación del hombre con el medio ambiente, con los recursos de la naturaleza, y con los seres – animales y vegetales- que en ella habitan, sigue siendo de una inmoralidad y de una irresponsabilidad tal, que está provocando en su propia especie, un aumento de enfermedades y muertes directamente relacionadas con la actual pandemia.

El aumento de los huracanes, de las inundaciones, de los incendios, de la toxicidad del aire, del mar y de la tierra, así como el consumo excesivo de alimentos perjudiciales para la salud, como son las carnes rojas, la bollería, son factores que unidos a la vida sedentaria que nos ha traído el confinamiento, están afectando de una manera directa a nuestra salud física y mental, tales como la obesidad, o la aparición de nuevos trastornos psicológicos derivados de la covid.

Hace años fue el sida, el ébola y el SARS. La aparición de este último, recordemos, se produjo como consecuencia de una zoonosis, es decir por la transmisión de animales portadores. Hoy se sabe que el salto de este último a los humanos en 2004 se produjo como consecuencia de la comercialización de animales salvajes – vivos y muertos -, en los mercados chinos. Pero el país en lugar de cerrar dichos mercados decidió mirar para otro lado, y no lo hizo.

Dieciséis años después nos encontramos con una pandemia de dimensiones preocupantes y de efectos desoladores. La apabullantes cifras de contagiados y fallecidos por el virus en el planeta, y las acusaciones y miradas críticas, aún infundadas, pero mayoritariamente consensuadas por los científicos, han hecho reaccionar al gigante oriental.

Los efectos colaterales de la covid han sido lo suficientemente contundentes para que el Ministerio de Agricultura del gobierno chino, haya decidido considerar a los canes, animales de compañía. La medida aprobada justo antes del verano, supone que a partir de dicha fecha, queda prohibida la explotación y el sacrificio de estos animales en granjas, así como el consumo de carne en los restaurantes. Si bien seguirá siendo legal el comercio de animales vivos para su uso en la medicina tradicional.

Con la actitud receptiva y de concienciación del gigante asiático, Pekín intenta expiar las presuntas e injustas responsabilidades que a fecha de hoy se le achacan, tal vez de una forma tan precipitada, como injusta, a falta de pruebas fehacientes que lo demuestren de una forma categórica. De ahí que las autoridades chinas, ante las presiones ejercidas durante años por grupos animalistas y ecologistas, hayan decidido suprimir de igual forma el consumo humano de especies exóticas, y las pruebas químicas de cosméticos y artículos de higiene, aplicados en la piel y en los ojos de los cobayas, a partir del próximo año, cuyo fin es comprobar el grado de irritación que dichos productos, tales como champús o perfumes, producen en el ser humano. Pruebas que no obstante, seguirán siendo obligatorias para los “cosméticos especiales”, como son las cremas solares, champús infantiles, o anticaída de cabello.

En los noticieros se tiende a informar de una forma excesiva de las medidas de cómo prevenir el contagio de la covid, pero muy poco de por qué, o mejor dicho, de cuáles son las verdaderas causas de la pandemia. ¿Se trata tal vez de una forma de evitar las correspondientes responsabilidades por parte de las Administraciones locales, autonómicas, en cuanto a políticas medioambientales de algunos gobiernos nacionales?, ¿O quizás es un modo de desviar la atención, ante un hipotético aluvión de demandas por parte de los ciudadanos hacia las respectivas Administraciones, ante la pésima gestión de la pandemia, como la que ha presentado a mediados de septiembre Oxfam Intermón, Ecologistas en Acción y Greenpeace, contra el gobierno español, por inacción ante el cambio climático?

Lo cierto es que según afirma Delia Grace, veterinaria, epidemióloga, profesora de Instituto de Recursos Naturales de la Universidad de Greenwich, científica del Instituto Internacional de Investigaciones Pecuarias (ILRI), y experta de la ONU en zoonosis, es que son los seres humanos - y no los animales -, los que están provocando las pandemias. Para prevenir una futura zoonosis, Grace cree que es necesario disminuir el incremento de proteínas animales y de especies silvestres, apostar por la explotación sostenible de la agricultura y de los recursos naturales, modificar el tratamiento del suelo y de sus técnicas de extracción, reducir el tráfico de transporte y de desplazamientos para minimizar las emisiones de Co2, frenar la excesiva urbanización, rebajar las alteraciones de las alteraciones en la cadena alimentaria, y combatir el cambio climático.

Pero las consecuencias futuras de esta falta de sensibilidad, empatía y solidaridad del hombre con respecto a su planeta, a su propia especie, y sus mismísimos descendientes, no terminan ahí. Hace unos días Joe Biden – Candidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos -, advirtió en uno de sus debates televisivos a su contrincante republicano: «El cambio climático está aquí. Vamos a pasar el punto de no retorno en los próximos ocho o diez años».

Quiere esto decir que la especie humana ha fracasado y no ha conseguido desde hace décadas sacar a su propio planeta, esto es, a su propia casa, de la UCI. No sería pues nada extraño que para entonces nos encontremos en un estado de coma avanzado, en las mismas circunstancias que ahora, es decir, sin una vacuna o un remedio capaz de revitalizar sus constantes vitales, sin ningún otro planeta al cual trasladarnos, y corramos la misma suerte que el de otras miles de especies que ya hemos extinguido. Tal cual. He aquí la verdadera "zoonosis" o desastre que ha propiciado el hombre con respecto a sí mismo y a las demás especies.

Es por tanto atrevido, injusto y muy poco objetivo, culpar a un solo país de la propagación de la actual pandemia, cuando todos y cada uno de los habitantes de esta nave espacial que es la tierra, son – somos – los responsables del actual estado del planeta, y de las consiguientes respuestas de este con respecto al ser humano. ¿O acaso los chinos son también los responsables de las muertes de los tornados y las inundaciones que asolan el país del señor Trump…?

José Luis Meléndez. Madrid, 24 de octubre del 2020. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

19 de octubre de 2020

La capacidad de sorprenderse

Lo inesperado le ofrece al hombre la capacidad de sorprenderse a sí mismo y a los demás

Hay algo que lleva implícita la monotonía, y es esa sensación de confort y de seguridad que proporciona. La rutina facilita al ser humano a través de la vida diaria, su integración social. Según sea su intensidad y su campo de acción será más o menos acentuada su influencia sobre el individuo.

Con la irrupción y el avance de la tecnología en la sociedad del siglo XXI, la monotonía ha convertido al ciudadano, en un ser más rutinario y sedentario. Uno de los efectos que la monotonía provoca en el individuo es el cansancio y el aburrimiento. El ser humano de hoy en día vive en una sociedad de comportamientos tan estereotipados que cualquier imprevisto o situación inesperada, como puede ser el caso de una copiosa nevada, puede provocarle importantes perjuicios a la hora de desplazarse, haciendo que pase desapercibida una escena tan hermosa y única.

La monotonía como consecuencia de su uniformidad y falta de variedad ha adquirido con el transcurso del tiempo un significado peyorativo. Asunto que no es de extrañar si se tiene en cuenta que sus efectos se extienden más allá del círculo personal. La monotonía que puede ser beneficiosa a efectos de productividad, a la hora de desempeñar las funciones propias de cada puesto en el trabajo, se convierte sin embargo, en la enemiga íntima de las relaciones sociales.

Los círculos de amigos, pero sobre todo el mundo de la pareja, lo sufre con una especial virulencia, provocando en la mayoría de las ocasiones, rupturas traumáticas entre sus miembros. Mientras que la monotonía es capaz de separarnos, lo inesperado es capaz de unirnos. Una muestra evidente de ello son las performances sociales o las catástrofes naturales. En ellas las personas se unen de una forma natural por motivos solidarios y de pertenencia al grupo.

Es más fácil reaccionar a lo conocido que a lo inesperado. La monotonía, ante su falta de estímulos, disminuye nuestra capacidad de reacción. No es de extrañar por tanto que existan multitud de profesionales dispuestos a ayudarnos en determinados momentos de nuestras vidas; a reaccionar y a adaptarnos a lo inesperado. Las compañías de seguros, los psicólogos, los servicios de emergencias, minimizan con su labor nuestras reacciones. A estas situaciones inesperadas que en muchas ocasiones pueden llevar a quien las padece al borde de la desesperación.

Lo inesperado forma parte de la vida. Pero no todas las situaciones sorpresivas son negativas. Nadie esperaba venir a la vida, o conocer un día a la persona con la cual compartiría el resto de sus días. El hombre es un animal de costumbres. La naturaleza también tiene sus ciclos repetitivos y monótonos como son las noches y los días. El peligro está cuando el hombre se aleja, pierde el contacto y el contacto con su esencia. Entonces se convierte en una autómata social, y pierde la capacidad de sorprenderse a sí mismo.

La mejor forma de adaptarse a lo inesperado es empezar a salir de la inercia de ese circuito monótono y comprobar de esta forma que uno es capaz de tomar la iniciativa. Solo así el hombre podrá darse cuenta que lo inesperado es una oportunidad que la vida le ofrece al hombre, con el propósito de que éste no pierda la capacidad de sorprenderse a sí mismo y a los demás.

José Luis Meléndez. Madrid, 24 de enero del 2019. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

11 de octubre de 2020

La medalla

Reconózcase pues la impertinencia y la incoherencia de la diputada y concédasele la respectiva medalla

El día 2 de octubre, el Cuerpo Nacional de Policía, celebró como de costumbre su fiesta patronal, la de los Santos Ángeles Custodios,  acto al cual acudió el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska. El momento más emotivo de dicho acto estuvo protagonizado por la entrega de seis condecoraciones a seis perros policía - Son Neo, Yuko, Elko de Parayas,  Ginger, Bull, y Alba-, en reconocimiento a su labor, de manera especial en detección de drogas y tenencia de armas.

Se ignoran las vidas humanas que estos canes han salvado hasta la fecha, gracias a la valiosa colaboración del Cuerpo, con estos animales. De lo que sí se tiene constancia es que uno de ellos – Elko de Parayas -, sufrió un disparo el pasado mes de julio, mientras defendía a su guía en uno de los operativos de la Unidad.

La diputada del PP, Ana Vázquez, no ha llegado hasta tal punto, en uno de sus ataques al gobierno, entre otras cosas, porque es muy seguro que no se hubiese jugado la vida por su líder, como aquel día lo hizo el noble y valiente Elko. La fidelidad humana como saben tiene sus límites, y no hablemos ya de la ideológica. Aún así, la diputada no desistió  en sus intentos, dirigió su mirada y sus fauces hacia su presa y exclamó: “Hoy nos enteramos que condecoraron a seis perros: qué desprecio hacia la Policía y la Guardia Civil, a los que niegan esos mismos condecoraciones, que el Ministerio de Defensa, acaba de dar a los militares”.

La diputada por lo que se ve desconoce, o más bien ignora, de una forma malintencionada dos aspectos. El primero de ellos es que los perros policía, como su nombre indica, son miembros del Cuerpo, lo cual ya constituye un desprecio hacia la verdad, hacia el auditorio, y hacia los ciudadanos. Y el segundo, el vínculo afectivo que le une a un perro con su guía y viceversa, motivo por el cual, lejos de constituir un desprecio, estoy seguro que ha sido un honor por parte de la Unidad Canina de la Policía, recibir estos galardones, así como por parte de sus compañeros de servicio.

La señora diputada ve desprecio en donde solo hay reconocimiento. Lo que realmente le ha ofendido a su Señoría, es que no hayan sido condecorados ni estado presentes, otros miembros de la Unidad, y que en su lugar una figura que no es la humana, haya sido la protagonista y la homenajeada por la sociedad, por sus propios compañeros de Unidad, y del respectivo Cuerpo. Palabras con las cuales ha omitido su condición de miembros activos del cuerpo, y desprestigiado de una forma indirecta, a los destinatarios de este homenaje, menoscabando con ello la labor que realiza el Cuerpo Nacional de Policía, gracias a la inestimable y exclusiva participación de estos animales.

Al parecer los perros que velan por la seguridad de los españoles, no merecen una ceremonia y una condecoración exclusiva y especial. Que no cobren, que no tengan derechos igual que sus guías, que vivan menos años, y que se jueguen la vida por los ciudadanos y sus guías, los 365 días del año, no son motivos suficientes para la señora diputada.

Tras ser interpelado por las palabras de la señora Vázquez, Rafael Pérez, Secretario de Estado de Seguridad, le ha contestado a la diputada popular: “Ellos – refiriéndose a los perros -, salvan vidas, las vírgenes aún está por ver”, en alusión a la medalla al mérito policial que el entonces ministro Jorge Fernández Díaz, otorgó a Nuestra Señora María Santísima del Amor, la cual no parece haberle amparado, al menos en el aspecto judicial hasta la fecha. Sus motivos tendrá.

Ni el señor Fernández Díaz despreció a los Santos por encomendarse a la Virgen, ni conceder condecoraciones a los canes, constituye una ofensa hacia los los agentes de las Fuerzas de Seguridad, ni de los sanitarios, que puestos a solicitar, también merecen su respectivo reconocimiento por la labor que han realizado y que aún llevan a cabo, durante la presente pandemia. Reconózcase pues la impertinencia y la incoherencia de la diputada y concédasele la respectiva medalla.

José Luis Meléndez. Madrid, 11 de octubre del 2020. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

5 de octubre de 2020

A mis dieciocho

A mis dieciocho años puedo presumir de no haber sufrido ninguna separación, ni de haber dejado a ningún novio

Las revistas del corazón me ponen del estómago, motivo por el cual, siempre he rehuido las exclusivas. Y no ha sido precisamente por falta de propuestas, pues como ustedes saben, soy Directora Adjunta de La pluma en ristre. No tengo por tanto nada que envidiar a esas famosas celebrities nacionales e internacionales del papel couché, que aparentan con sus posados pactados, cobrados y artificiales, una vida de ensueño. Entre otras cosas, porque para ser y sentirse princesa, como yo, no hace falta tener una mansión, ni un aburrido millonario al que aguantar y agradecer cada día con muestras de afecto, la preciada estancia en su cárcel de oro. Esa es una de las ventajas que tenemos las mujeres caninas: que no tenemos que casarnos ni vender nuestra libertad a otro miembro de nuestra especie. Sabemos diversificar nuestras emociones y canalizarlas de una forma igualitaria a los demás miembros de nuestra manada.

Rehuyo por tanto de la exclusiva y concedo a cambio, ante las peticiones insistentes y cariñosas de mi padre estas palabras a los lectores de La pluma en ristre. Lo hago, al contrario que las protagonistas de esas revistas, pidiendo disculpas a los mismos, ante el posible distanciamiento que han podido percibir a lo largo de estos años por parte de mi persona, cuando lo que he pretendido, es salvaguardar la discreción de mi vida diaria.

Algunos aseguran que los gatos tienen siete vidas. Yo gracias a la manada que un día me acogió, estoy hoy en condiciones de afirmar que he sobrepasado con creces ese número, ya que recientemente he cumplido mi décima vida. Unas vidas que siempre han ido en sintonía con la calidad de mi existencia, la cual aprovecho para agradecer a toda mi familia.

Siendo cachorra, Emilio, un pastor de Castrojimeno, me compró por trescientos euros y me trajo a este pueblo perteneciente a la provincia de Segovia. Entonces me llamaba Salma. Emilio le propuso a mi familia la adopción, ya que no valía para el rebaño. De no haberle hecho caso hoy no estaría aquí. Ya en Madrid, una mañana me perdí. Mi padre y yo estuvimos buscándonos hasta que logramos encontrarnos, después de una hora. Nunca me olvidaré de los latidos de mi padre, cuando me cogió en brazos.

La tercera vez que nací fue en una acera. Mi padre me tenía atada en un semáforo en rojo, esperando que cambiase de color. En un instante un coche pasó casi tocando el bordillo. Años más tarde sufrí primero una mordedura en el cuello de mi vecina, y años más tarde, fui víctima de la violencia machista de mi entonces vecino, un macho Shar Pei que me abrió el vientre, ante lo cual tuve que ser operada de urgencia en la Clínica Veterinaria Torrejón, situada en dicha localidad, y que regenta mi prima. Hace un par de años, como consecuencia de una infección en la boca, a mis dieciséis años, volvió a operarme con riesgos, como consecuencia de mi avanzada edad, de un soplo que tengo en el corazón, y de la anestesia general que me tenían que practicar. Mi familia fue advertida de la gravedad, y la operación al final salió bien.

Después de tan largo historial creía que no iba a sufrir más sobresaltos. Pero un día de consulta veterinaria, ante el miedo que aún provoca mi visita a las consultas médicas, logré escaparme por la puerta, hasta que mi padre consiguió cogerme en el bordillo de una carretera. No ha sido, reconozco, la única vez que me he dado a la fuga. Este año como consecuencia de una infección en la boca que me impedía comer y beber, de regreso de la veterinaria del barrio, logré escaparme, al soltarse el arnés falso y provisional que me habían puesto. El familiar que me acompañaba, llamó a mi padre, y éste logró rescatarme de en medio de una carretera. Comprenderán ahora por qué no envidio a los gatos.

Hace unos días se me agravó la infección que tenía en la boca. Sufría por momentos  algunos dolores que provocaban que emitiese algún chillido que a su vez sobresaltaba a mi manada. Tras una visita a mi prima Maribel, volvió a manifestar su preocupación a los míos, esta vez de una forma más seria, ante los riesgos consabidos de una nueva intervención. Tras un silencio, mi familia asintió, y programaron la intervención para la semana siguiente. Durante la semana los míos intentaron disimular lo mejor que sabían  y podían su preocupación. Habían sido advertidos de las fatídicas consecuencias de la operación. Desde entonces fui consciente de la gravedad de la operación, ante lo cual muchas noches nerviosa al no lograr conciliar el sueño,   despertaba a mi padre, para que me sacara a la calle, y poderme así relajar un poco.

La cita de la operación fue el día 1 de octubre a las once de la mañana. Mi padre acudió, en contra de lo que yo creía muy sereno, lo cual me ha llevado a pensar que estuvo preparándose toda la semana. Permanecimos en las inmediaciones de la clínica para que yo estuviera más relajada, hasta que nos llamaron para que entrásemos al interior. A la operación acudió esta vez todo el equipo veterinario de mi prima. Primero me pesó Juan Carlos, uno de los tres veterinarios, y momentos después volvió a salir, para pincharme la primera dosis de la anestesia, en la parte trasera del cuello. Un cuarto de hora después acudió a mi encuentro Laura, socia de mi prima, y me puso la segunda dosis en el muslo de mi pata derecha trasera. Luego por recomendación de Laura, me cogió mi padre en brazos hasta que me quedé dormida, momento en el cual salió Laura a meterme a quirófano. Minutos después, según me han contado, acudió mi prima, a la cual puso en antecedentes mi padre, mientras me encontraba dormida. Eran las once y diez de la mañana.

A las doce y cuarto mi prima avisó a mi padre y un familiar que se encontraban en un bar cercano que la operación había salido bien. A la una menos cuarto volvieron a llamar para informar que había sido reanimada. A la una menos diez, aparecieron mis familiares, y mi padre me cogió en brazos por espacio de medio hora,  mientras hacíamos tiempo en la sala de espera. Durante todo ese tiempo emití todos los gritos que jamás pensé, como consecuencia de la extracción de dos piezas dentales, de la ajustada anestesia que el equipo me dispensó, y del dolor y mal rato pasado. Ni siquiera media hora después, una vez en casa, como se puede apreciar en la imagen podía andar con naturalidad, ya que la parte trasera aún la tenía dormida.

A mis dieciocho años puedo presumir de no haber sufrido ninguna separación, ni de haber dejado a ningún novio. Tampoco de haber necesitado vender ninguna exclusiva que empobreciese mi imagen, mi vida personal, intima, familiar y profesional que siempre he llevado. En la actualidad continúo ejerciendo mis funciones como Jefa redactora de La Pluma verde, y Directora Adjunta de la Pluma en ristre. Además he contribuido a la cultura de mi país, habiendo participado como musa con cuatro poemas en la primera obra de mi padre Versos arrimados, y de otros cuatro en el libro que dentro de unos días saldrá a la venta, del cual no estoy autorizada a dar más datos.

Nadie me enseño mis dotes de musa, ni mi formación de princesa. Yo sola, he sabido por mí misma, elevarme sobre mis derechos de cuna. Y eso es algo que no puede decir cualquiera.

Kutxi Meléndez

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José Luis Meléndez. Madrid, 5 de octubre del 2020