Los países más tóxicos están creando guerras climáticas entre la tierra y el hombre
La reciente Cumbre del clima celebrada en Nueva York ha servido una vez más para poner en evidencia el escaso compromiso de los países más contaminantes (llamémosles mejor tóxicos) del planeta. La ausencia de países como Estados Unidos y China, y los planes presentados por India, sin unos plazos predeterminados, no han sido síntomas de una cumbre exitosa. Basta recordar que la ONU, aun no tiene un sistema de monitoreo de emisiones.
La verdadera cumbre este año ha estado en las calles de 150 países, muy en contraposición a los menos de 70, que se han comprometido a reducir sus emisiones para el año 2030. Un claro contraste entre la preocupación existente en los ciudadanos del planeta y la irresponsabilidad de sus líderes políticos. La cumbre ha estado protagonizada por el realismo y la sinceridad de las palabras de dos personas de distintas generaciones como son Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, y Greta Thunberg, activista medioambiental y fundadora del movimiento Fridays For Future.
“Traigan planes, no discursos”, reclamó Guterres a los líderes de los distintos países, consciente de la importancia y del potencial de la implicación de los ciudadanos en la causa. Y añadió: “Quiero a toda la sociedad presionando a los gobiernos para que entiendan que deben ir más rápido, porque estamos perdiendo la carrera; las consecuencias de los desastres naturales son cada vez más devastadoras”. “La emergencia climática es una carrera que estamos perdiendo, pero es una carrera que podemos ganar”. “¿Cuál es el coste de los desastres naturales que están ocurriendo? El mayor coste es de no hacer nada”. “Si ponemos un impuesto al carbono y bajamos los impuestos a las rentas de las personas, todos ganan”. “Julio ha sido el más caluroso de la historia. Llevamos 5 años de récord de temperaturas, la concentración de dióxido de carbono más elevada”.
Las palabras de compromiso de los distintos líderes contrastan con las medidas puestas en prácticas hace tiempo por jóvenes vegetarianos, convencidos por el tema ecológico, que evitan comer carne por la cantidad de tierra y de agua que requiere su producción, y por las crecientes emisiones. Una generación más responsable que su antecesora que prescinde de adquirir productos envasados en plástico, que tiene muy en cuenta su etiquetado, y que suele utilizar ropa usada e incluso intercambiarla entre amigos. Una nueva ética pragmática y comprometida con el planeta que trata en la medida de sus posibilidades no malgastar recursos, ir en transporte público, cerrar el grifo, o subir las escaleras en lugar de utilizar el ascensor. Una generación preocupada y harta de mensajes estériles capaces de esgrimir declaraciones realistas ante la continua degradación del planeta: “Si el planeta fuera un banco ya lo habríais rescatado”.
Gestos que ha reconocido en una de sus declaraciones Guterres: "Mi generación ha fallado en su responsabilidad de proteger nuestro planeta". "La crisis climática está causada por nosotros y las soluciones suelen venir de nosotros. Tenemos las herramientas: la tecnología está de nuestro lado. Ya existen sustituciones tecnológicas disponibles para más del 70% de las emisiones actuales. Tenemos la hoja de ruta: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París. Y tenemos el imperativo: la ciencia innegable e irrefutable".
Greta Thunberg por su parte, animada por sus terapeutas, ha conseguido convertir su enfermedad en un “superpoder”, superarse a sí misma, entregarse a una causa que afecta a todo el planeta, y poner en evidencia a los responsables de una generación que no sido capaz de pensar en la suya, ni en las venideras. La asistencia de Tunbherg a la Cumbre, no ha sido en vano, ya que además de su impactante intervención, aprovechó la oportunidad para presentar una demanda ante la mismísima ONU contra cinco países (Alemania, Francia, Brasil, Argentina y Turquía), por violar la Convención sobre Derechos de los Niños, en materia de cambio climático.
A falta de argumentos, los ataques por parte de los detractores a la aplicación de dichas medidas, se han centrado más de una manera ruin, miserable y desproporcionada sobre las formas propias de una niña menor de edad, diagnosticada con un trastorno (síndrome de Asperger), más que en el fondo del contenido, nada dañino si se compara con las grandes y graves catástrofes que provocan con su inacción el auditorio adulto y masculino allí congregado. “Me habéis robado mis sueños y mi infancia con vuestras palabras vacías”. Y prosiguió hasta el final con su discursos emotivo y apasionado: “Esta todo mal. Yo no debería estar aquí arriba. Debería estar en el colegio, al otro lado del océano. Pero os dirigís a los jóvenes en busca de esperanza; ¿cómo os atrevéis?”.
El cambio climático no es solo un tema medioambiental. Tiene consecuencias sobre las vidas de muchas personas, animales y plantas, y su impacto sobre la economía, la producción, el consumo, y el estilo de vida llevado hasta hoy por todos ellos, será algo irreversible si no se implican los gobiernos y los ciudadanos en la causa. Lo han advertido dos prestigiosos organismos vinculados a Naciones Unidas como son el Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPPC), y el IPBES, organismo especializado en biodiversidad: apenas queda una década para revertir la situación. Según este último organismo un millón de los ocho millones de especies animales y vegetales existentes, están amenazadas de extinción y podrían desaparecer en solo 20 años.
Ante este relajamiento internacional se hace necesario comprometerse con medidas más ambiciosas y concretas como plantea Amara Santiesteban, portavoz de Fridays For Future, la cual plantea una reducción de emisiones del 50%, acorde con el IPCC, en contra del 20% que plantea el gobierno. Lo mismo opina Omar Baddour, Jefe científico de la Organización Meteorológica Mundial (WMO), ante el aumento de un 20% de dióxido de carbono entre los años 2015 y 2019, “se necesitan acciones drásticas”.
Los países más tóxicos están creando guerras climáticas entre la tierra y el hombre. No son catástrofes naturales, son efectos creados por la mano del hombre. Ante este escenario habría que preguntarse qué sentido tiene tener socios así, que declaran con sus acciones la guerra climática a sus propios y otros Estados, que reclaman un aumento de gasto en defensa a sus socios, pero no contribuyen ni con sus medidas si con su economía a compensar dichos desastres. Un futuro papel que deberían considerar y ejercer la OTAN y otros organismos internacionales en su relación con estos países.
José Luis Meléndez. Madrid, 13 de octubre del 2019
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
La reciente Cumbre del clima celebrada en Nueva York ha servido una vez más para poner en evidencia el escaso compromiso de los países más contaminantes (llamémosles mejor tóxicos) del planeta. La ausencia de países como Estados Unidos y China, y los planes presentados por India, sin unos plazos predeterminados, no han sido síntomas de una cumbre exitosa. Basta recordar que la ONU, aun no tiene un sistema de monitoreo de emisiones.
La verdadera cumbre este año ha estado en las calles de 150 países, muy en contraposición a los menos de 70, que se han comprometido a reducir sus emisiones para el año 2030. Un claro contraste entre la preocupación existente en los ciudadanos del planeta y la irresponsabilidad de sus líderes políticos. La cumbre ha estado protagonizada por el realismo y la sinceridad de las palabras de dos personas de distintas generaciones como son Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, y Greta Thunberg, activista medioambiental y fundadora del movimiento Fridays For Future.
“Traigan planes, no discursos”, reclamó Guterres a los líderes de los distintos países, consciente de la importancia y del potencial de la implicación de los ciudadanos en la causa. Y añadió: “Quiero a toda la sociedad presionando a los gobiernos para que entiendan que deben ir más rápido, porque estamos perdiendo la carrera; las consecuencias de los desastres naturales son cada vez más devastadoras”. “La emergencia climática es una carrera que estamos perdiendo, pero es una carrera que podemos ganar”. “¿Cuál es el coste de los desastres naturales que están ocurriendo? El mayor coste es de no hacer nada”. “Si ponemos un impuesto al carbono y bajamos los impuestos a las rentas de las personas, todos ganan”. “Julio ha sido el más caluroso de la historia. Llevamos 5 años de récord de temperaturas, la concentración de dióxido de carbono más elevada”.
Las palabras de compromiso de los distintos líderes contrastan con las medidas puestas en prácticas hace tiempo por jóvenes vegetarianos, convencidos por el tema ecológico, que evitan comer carne por la cantidad de tierra y de agua que requiere su producción, y por las crecientes emisiones. Una generación más responsable que su antecesora que prescinde de adquirir productos envasados en plástico, que tiene muy en cuenta su etiquetado, y que suele utilizar ropa usada e incluso intercambiarla entre amigos. Una nueva ética pragmática y comprometida con el planeta que trata en la medida de sus posibilidades no malgastar recursos, ir en transporte público, cerrar el grifo, o subir las escaleras en lugar de utilizar el ascensor. Una generación preocupada y harta de mensajes estériles capaces de esgrimir declaraciones realistas ante la continua degradación del planeta: “Si el planeta fuera un banco ya lo habríais rescatado”.
Gestos que ha reconocido en una de sus declaraciones Guterres: "Mi generación ha fallado en su responsabilidad de proteger nuestro planeta". "La crisis climática está causada por nosotros y las soluciones suelen venir de nosotros. Tenemos las herramientas: la tecnología está de nuestro lado. Ya existen sustituciones tecnológicas disponibles para más del 70% de las emisiones actuales. Tenemos la hoja de ruta: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París. Y tenemos el imperativo: la ciencia innegable e irrefutable".
Greta Thunberg por su parte, animada por sus terapeutas, ha conseguido convertir su enfermedad en un “superpoder”, superarse a sí misma, entregarse a una causa que afecta a todo el planeta, y poner en evidencia a los responsables de una generación que no sido capaz de pensar en la suya, ni en las venideras. La asistencia de Tunbherg a la Cumbre, no ha sido en vano, ya que además de su impactante intervención, aprovechó la oportunidad para presentar una demanda ante la mismísima ONU contra cinco países (Alemania, Francia, Brasil, Argentina y Turquía), por violar la Convención sobre Derechos de los Niños, en materia de cambio climático.
A falta de argumentos, los ataques por parte de los detractores a la aplicación de dichas medidas, se han centrado más de una manera ruin, miserable y desproporcionada sobre las formas propias de una niña menor de edad, diagnosticada con un trastorno (síndrome de Asperger), más que en el fondo del contenido, nada dañino si se compara con las grandes y graves catástrofes que provocan con su inacción el auditorio adulto y masculino allí congregado. “Me habéis robado mis sueños y mi infancia con vuestras palabras vacías”. Y prosiguió hasta el final con su discursos emotivo y apasionado: “Esta todo mal. Yo no debería estar aquí arriba. Debería estar en el colegio, al otro lado del océano. Pero os dirigís a los jóvenes en busca de esperanza; ¿cómo os atrevéis?”.
El cambio climático no es solo un tema medioambiental. Tiene consecuencias sobre las vidas de muchas personas, animales y plantas, y su impacto sobre la economía, la producción, el consumo, y el estilo de vida llevado hasta hoy por todos ellos, será algo irreversible si no se implican los gobiernos y los ciudadanos en la causa. Lo han advertido dos prestigiosos organismos vinculados a Naciones Unidas como son el Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPPC), y el IPBES, organismo especializado en biodiversidad: apenas queda una década para revertir la situación. Según este último organismo un millón de los ocho millones de especies animales y vegetales existentes, están amenazadas de extinción y podrían desaparecer en solo 20 años.
Ante este relajamiento internacional se hace necesario comprometerse con medidas más ambiciosas y concretas como plantea Amara Santiesteban, portavoz de Fridays For Future, la cual plantea una reducción de emisiones del 50%, acorde con el IPCC, en contra del 20% que plantea el gobierno. Lo mismo opina Omar Baddour, Jefe científico de la Organización Meteorológica Mundial (WMO), ante el aumento de un 20% de dióxido de carbono entre los años 2015 y 2019, “se necesitan acciones drásticas”.
Los países más tóxicos están creando guerras climáticas entre la tierra y el hombre. No son catástrofes naturales, son efectos creados por la mano del hombre. Ante este escenario habría que preguntarse qué sentido tiene tener socios así, que declaran con sus acciones la guerra climática a sus propios y otros Estados, que reclaman un aumento de gasto en defensa a sus socios, pero no contribuyen ni con sus medidas si con su economía a compensar dichos desastres. Un futuro papel que deberían considerar y ejercer la OTAN y otros organismos internacionales en su relación con estos países.
José Luis Meléndez. Madrid, 13 de octubre del 2019
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
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