Cuando la viticultura prescinde del cultivo de la ética se convierte en vitiincultura
La vitiincultura suele justificar y esconder la esclavitud animal bajo un eufemismo: “trabajos a la antigua usanza”. La viticultura o arte de cultivar las vides se ha convertido por extensión en el arte de someter, dominar y subyugar al mundo animal con fines productivos. Una mala praxis que intentan justificar en un artículo del suplemento Expansión, Fuera de serie, los viticultores de las bodegas minoritarias que recurren a la tracción animal con objeto de incrementar según ellos, la calidad de sus vinos y de paso deteriorar la imagen de sus marcas. Porque cuando la viticultura prescinde del cultivo de la ética se convierte en vitiincultura.
Tratar bien a la uva a costa de tratar mal a un mulo es un contrasentido imposible de argumentar y de vender como un “valor añadido” cuando de lo que se trata es de lo contrario, es decir, de la pérdida de valores y derechos que la sociedad ha ido reconociendo y conquistando a lo largo de la Historia como son los que contemplan y velan por la dignidad y el bienestar animal. Un amor gracias al cual los vitiincultores se vanaglorian de haber salvado de su exterminio al mulo como consecuencia de la irrupción del tractor (más vale una mala vida que la gloria eterna). Un falso amor utilizado con fines egoístas cuando lo que “desea” es un animal que reúna ciertas condiciones para “usarlo” (sic) para beneficio empresarial, y en donde la relación emocional con el animal deja mucho que desear.
Un amor que refiriéndose a uno de los vitiincultores lo resume con estas palabras el articulista: “se entusiasma como los arados que arrastran los animales van surcando los suelos entre las líneas de vides” (sic). Mientras el animal, al contrario que su amo, dueño y señor, camina bajo un sol justiciero desprovisto de sombrero, ropa o crema que le proteja de las sangrantes picaduras de los tábanos y demás insectos. Castigado sin poder mirar a sus lados por los cueros que con gran empatía y amor su señor le ha dispuesto para beneficio suyo. Sometido a una jornada que no entiende de horarios ni de condiciones. Cargado con su horcate siempre de pie, y atado en corto sin libertad a las órdenes de su patrono. Un “componente romántico” que queda más que evidente por el inmenso cariño que el agricultor profesa a la tierra y el incomprensible desprecio que demuestra hacia el animal cuando lo explota en contra de su voluntad. ¿Se entusiasma también con las lesiones que padecen los animales al trabajar en suelo rocoso, o por la carga que llevan? Una práctica ésta de la tracción animal muy recomendable según sus escasos defensores ya que el suelo al ser pisado por caballería sufre menos (que el animal y que el dueño), volviéndose de esta forma más esponjoso, facilitando de esta forma la existencia de hongos.
Actitud ecológica la del caballo que contrasta con la falta de respeto de su patrono hacia su súbdito su subordinado y hacia el medioambiente, pues en lugar de ir ataviado de igual forma que el animal, con sandalias y a la romana, o incluso descalzo (para hacer sufrir aún menos a la tierra), lo hace con una indumentaria inapropiada que contradice su teoría y sus propias palabras. El señor “ecológico”, dueño de la tierra y amo de su animal en lugar de cavar la tierra con el azadón y sus propias manos (actitud realmente ecológica) para evitar que los animales pisen la tierra, el suelo sea más esponjoso y sus palabras más coherentes, se contradice cuando piensa, cuando habla, y cuando pisa la tierra.
Nadie se atreve a poner en cuestión que los excrementos de caballo le confieren al vino un sabor y un aroma dignos de rememorar en el momento de la cata. Ni que incluso el sudor de las sandalias del viticultor pudiera aportar un poco más de cuerpo y de calidad al vino, motivo por el cual la verdadera viticultura ecológica estaría perdiendo según esta teoría una nada despreciable calidad en sus caldos. Hecho que agradecerían sin lugar a dudas los consumidores a los verdaderos viticultores artesanos que trabajan la tierra de forma digna, respetuosa y ecológica.
Es imposible respetar el medioambiente cuando se falta al respeto y a la dignidad de los animales, de la misma forma que no es posible empatizar con la filosofía cosmo - ecológica que preconizó Rudolf Steiner y que aboga por la armonía entre el mundo animal, el vegetal y el mineral con este tipo de prácticas. En primer lugar porque se confunde el concepto de “armonía” con el de sometimiento a la especie humana, y en segundo lugar porque toda filosofía por el simple hecho de serlo, lleva implícita un código moral.
Es comprensible que existan tantas variedades de hombres como de uva y de vinos. Hombres generosos, secos, menos suaves y aterciopelados. Lo que es preocupante es que la tracción animal goce de algún tipo de atracción humana. Y que una falsa ecología justifique la esclavitud en pleno siglo XXI.
José Luis Meléndez. Madrid, 26 de agosto del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
La vitiincultura suele justificar y esconder la esclavitud animal bajo un eufemismo: “trabajos a la antigua usanza”. La viticultura o arte de cultivar las vides se ha convertido por extensión en el arte de someter, dominar y subyugar al mundo animal con fines productivos. Una mala praxis que intentan justificar en un artículo del suplemento Expansión, Fuera de serie, los viticultores de las bodegas minoritarias que recurren a la tracción animal con objeto de incrementar según ellos, la calidad de sus vinos y de paso deteriorar la imagen de sus marcas. Porque cuando la viticultura prescinde del cultivo de la ética se convierte en vitiincultura.
Tratar bien a la uva a costa de tratar mal a un mulo es un contrasentido imposible de argumentar y de vender como un “valor añadido” cuando de lo que se trata es de lo contrario, es decir, de la pérdida de valores y derechos que la sociedad ha ido reconociendo y conquistando a lo largo de la Historia como son los que contemplan y velan por la dignidad y el bienestar animal. Un amor gracias al cual los vitiincultores se vanaglorian de haber salvado de su exterminio al mulo como consecuencia de la irrupción del tractor (más vale una mala vida que la gloria eterna). Un falso amor utilizado con fines egoístas cuando lo que “desea” es un animal que reúna ciertas condiciones para “usarlo” (sic) para beneficio empresarial, y en donde la relación emocional con el animal deja mucho que desear.
Un amor que refiriéndose a uno de los vitiincultores lo resume con estas palabras el articulista: “se entusiasma como los arados que arrastran los animales van surcando los suelos entre las líneas de vides” (sic). Mientras el animal, al contrario que su amo, dueño y señor, camina bajo un sol justiciero desprovisto de sombrero, ropa o crema que le proteja de las sangrantes picaduras de los tábanos y demás insectos. Castigado sin poder mirar a sus lados por los cueros que con gran empatía y amor su señor le ha dispuesto para beneficio suyo. Sometido a una jornada que no entiende de horarios ni de condiciones. Cargado con su horcate siempre de pie, y atado en corto sin libertad a las órdenes de su patrono. Un “componente romántico” que queda más que evidente por el inmenso cariño que el agricultor profesa a la tierra y el incomprensible desprecio que demuestra hacia el animal cuando lo explota en contra de su voluntad. ¿Se entusiasma también con las lesiones que padecen los animales al trabajar en suelo rocoso, o por la carga que llevan? Una práctica ésta de la tracción animal muy recomendable según sus escasos defensores ya que el suelo al ser pisado por caballería sufre menos (que el animal y que el dueño), volviéndose de esta forma más esponjoso, facilitando de esta forma la existencia de hongos.
Actitud ecológica la del caballo que contrasta con la falta de respeto de su patrono hacia su súbdito su subordinado y hacia el medioambiente, pues en lugar de ir ataviado de igual forma que el animal, con sandalias y a la romana, o incluso descalzo (para hacer sufrir aún menos a la tierra), lo hace con una indumentaria inapropiada que contradice su teoría y sus propias palabras. El señor “ecológico”, dueño de la tierra y amo de su animal en lugar de cavar la tierra con el azadón y sus propias manos (actitud realmente ecológica) para evitar que los animales pisen la tierra, el suelo sea más esponjoso y sus palabras más coherentes, se contradice cuando piensa, cuando habla, y cuando pisa la tierra.
Nadie se atreve a poner en cuestión que los excrementos de caballo le confieren al vino un sabor y un aroma dignos de rememorar en el momento de la cata. Ni que incluso el sudor de las sandalias del viticultor pudiera aportar un poco más de cuerpo y de calidad al vino, motivo por el cual la verdadera viticultura ecológica estaría perdiendo según esta teoría una nada despreciable calidad en sus caldos. Hecho que agradecerían sin lugar a dudas los consumidores a los verdaderos viticultores artesanos que trabajan la tierra de forma digna, respetuosa y ecológica.
Es imposible respetar el medioambiente cuando se falta al respeto y a la dignidad de los animales, de la misma forma que no es posible empatizar con la filosofía cosmo - ecológica que preconizó Rudolf Steiner y que aboga por la armonía entre el mundo animal, el vegetal y el mineral con este tipo de prácticas. En primer lugar porque se confunde el concepto de “armonía” con el de sometimiento a la especie humana, y en segundo lugar porque toda filosofía por el simple hecho de serlo, lleva implícita un código moral.
Es comprensible que existan tantas variedades de hombres como de uva y de vinos. Hombres generosos, secos, menos suaves y aterciopelados. Lo que es preocupante es que la tracción animal goce de algún tipo de atracción humana. Y que una falsa ecología justifique la esclavitud en pleno siglo XXI.
José Luis Meléndez. Madrid, 26 de agosto del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org