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27 de agosto de 2018

Vitiincultura

Cuando la viticultura prescinde del cultivo de la ética se convierte en vitiincultura

La vitiincultura suele justificar y esconder la esclavitud animal bajo un eufemismo: “trabajos a la antigua usanza”. La viticultura o arte de cultivar las vides se ha convertido por extensión en el arte de someter, dominar y subyugar al mundo animal con fines productivos. Una mala praxis que intentan justificar en un artículo del suplemento Expansión, Fuera de serie, los viticultores de las bodegas minoritarias que recurren a la tracción animal con objeto de incrementar según ellos, la calidad de sus vinos y de paso deteriorar la imagen de sus marcas. Porque cuando la viticultura prescinde del cultivo de la ética se convierte en vitiincultura.

Tratar bien a la uva a costa de tratar mal a un mulo es un contrasentido imposible de argumentar y de vender como un “valor añadido” cuando de lo que se trata es de lo contrario, es decir, de la pérdida de valores y derechos que la sociedad ha ido reconociendo y conquistando a lo largo de la Historia como son los que contemplan y velan por la dignidad y el bienestar animal. Un amor gracias al cual los vitiincultores se vanaglorian de haber salvado de su exterminio al mulo como consecuencia de la irrupción del tractor (más vale una mala vida que la gloria eterna). Un falso amor utilizado con fines egoístas cuando lo que “desea” es un animal que reúna ciertas condiciones para “usarlo” (sic) para beneficio empresarial, y en donde la relación emocional con el animal deja mucho que desear.

Un amor que refiriéndose a uno de los vitiincultores lo resume con estas palabras el articulista: “se entusiasma como los arados que arrastran los animales van surcando los suelos entre las líneas de vides” (sic). Mientras el animal, al contrario que su amo, dueño y señor, camina bajo un sol justiciero desprovisto de sombrero, ropa o crema que le proteja de las sangrantes picaduras de los tábanos y demás insectos. Castigado sin poder mirar a sus lados por los cueros que con gran empatía y amor su señor le ha dispuesto para beneficio suyo. Sometido a una jornada que no entiende de horarios ni de condiciones. Cargado con su horcate siempre de pie, y atado en corto sin libertad a las órdenes de su patrono. Un “componente romántico” que queda más que evidente por el inmenso cariño que el agricultor profesa a la tierra y el incomprensible desprecio que demuestra hacia el animal cuando lo explota en contra de su voluntad. ¿Se entusiasma también con las lesiones que padecen  los animales al trabajar en suelo rocoso, o por la carga que llevan? Una práctica ésta de la tracción animal muy recomendable según sus escasos defensores ya que el suelo al ser pisado por caballería sufre menos (que el animal y que el dueño), volviéndose de esta forma más esponjoso, facilitando de esta forma la existencia de hongos.

Actitud ecológica la del caballo que contrasta con la falta de respeto de su patrono hacia su súbdito su subordinado y hacia el medioambiente, pues en lugar de ir ataviado de igual forma que el animal, con sandalias y a la romana, o incluso descalzo (para hacer sufrir aún menos a la tierra), lo hace con una indumentaria inapropiada que contradice su teoría y sus propias palabras. El señor “ecológico”, dueño de la tierra y amo de su animal en lugar de cavar la tierra con el azadón y sus propias manos (actitud realmente ecológica) para evitar que los animales pisen la tierra, el suelo sea más esponjoso y sus palabras más coherentes, se contradice cuando piensa, cuando habla, y cuando pisa la tierra.

Nadie se atreve a poner en cuestión que los excrementos de caballo le confieren al vino un sabor y un aroma dignos de rememorar en el momento de la cata. Ni que incluso el sudor de las sandalias del viticultor pudiera aportar un poco más de cuerpo y de calidad al vino, motivo por el cual la verdadera viticultura ecológica estaría perdiendo según esta teoría una nada despreciable calidad en sus caldos. Hecho que agradecerían sin lugar a dudas los consumidores a los verdaderos viticultores artesanos que trabajan la tierra de forma digna, respetuosa y ecológica.

Es imposible respetar el medioambiente cuando se falta al respeto y a la dignidad de los animales, de la misma forma que no es posible empatizar con la filosofía cosmo - ecológica que preconizó Rudolf Steiner y que aboga por la armonía entre el mundo animal, el vegetal y el mineral con este tipo de prácticas. En primer lugar porque se confunde el concepto de “armonía” con el de sometimiento a la especie humana, y en segundo lugar porque toda filosofía por el simple hecho de serlo, lleva implícita un código moral.

Es comprensible que existan tantas variedades de hombres como de uva y de vinos. Hombres generosos, secos, menos suaves y aterciopelados. Lo que es preocupante es que la tracción animal goce de algún tipo de atracción humana. Y que una falsa ecología justifique la esclavitud en pleno siglo XXI.

José Luis Meléndez. Madrid, 26 de agosto del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

20 de agosto de 2018

La vocación

La vocación es un factor determinante a la hora de elegir una profesión

La vocación (del latín vocatio-onis, acción de llamar) es un factor determinante a la hora de elegir una profesión, pero esta no garantiza por sí sola el éxito de una elección. Una persona puede sentir la llamada o la inclinación hacia una determinada actividad pero si ésta entra en contradicción con los valores que se presupone posee toda persona humana, se verá inexorablemente abocada al fracaso. Es decir, es necesario y primordial antes de tomar dicha decisión conocerse a sí mismo.

Un torero puede amar su profesión pero no ama al toro cuando lo tortura, lo mata y hace de ello un espectáculo a costa del sufrimiento y de la vida del animal. De igual forma un veterinario no siente amor por los animales cuando coge la escopeta y sale al campo a divertirse y a practicar la afición de matar animales. Máxime si existen en ambos casos intereses económicos y festivos. Existen por tanto prácticas que se contradicen entre sí y que merecen ser explicadas por aquellos que las ejercitan. Porque cuando el ejercicio de una profesión se contradice con la práctica de una afición, los distintos yos que defienden dichas posturas, y que forman parte del individuo entran en conflicto.

Esto es lo que ha intentado el pasado 15 de abril (no se sabe si con éxito), a través de unas declaraciones ofrecidas al diario ABC, una representación de cinco veterinarios aficionados a la caza, a través de concentraciones que tuvieron lugar en distintas provincias de España, si bien el motivo principal de dichas manifestaciones era el de denunciar y solicitar al Gobierno que pusiese fin a la “escalada de insultos, agresiones, y ataques”, que padece dicho colectivo en las redes sociales. Unas agresiones que merecen toda repulsa pero que no guardan sintonía con determinadas prácticas, que dicho colectivo lleva a la práctica a través del ejercicio legal pero inmoral, como es el de recurrir al sufrimiento y a la muerte animal para el divertimento humano.

A través de dichas exposiciones dicho colectivo ha intentado explicar no sin grandes esfuerzos (lo irracional es algo que por definición no tiene explicación), con su cara más amable, y sus frases menos acertadas, que ser cazador es compatible desde el punto de vista moral, racional e incluso deontológico, con ser veterinario. Como ser pirómano podría ser acorde con ser bombero, y ser médico en los Estados Unidos con ser miembro de la Asociación del Rifle, por los enormes beneficios que dicho sector y dichas personas aportan a la sociedad...

De la lectura de dicho artículo se desprenden varias conclusiones. La primera de ellas es que los veterinarios cazadores son mucho más felices cuando cazan que los animalistas cuando luchan por el derecho a la vida que todo veterinario con una mínima vocación debería defender y respetar. Más sorprendente resulta la motivación ideológica y vocacional que exponen los veterinarios cazadores (en adelante VC), entre las cuales se encuentran: la práctica ancestral, la vinculación económica  con el medio rural, la limpieza de los montes, la realización de estudios genéticos post mortem (los animales parece ser que no se los comen), o la defensa a cañonazo limpio de la superpoblación del medioambiente. Ni la diversión como afición, ni el amor por los animales a la hora de elegir y ejercer la profesión figuran entre sus trending topics (tópicos más recurrentes).

Que son los animalistas los que confunden bienestar animal con humanización, y no los VC los que recurriendo a sus bajos instintos se bestializan cuando matan para divertirse. Curiosa tergiversación. Que los que cazan y agreden son los animalistas a los cazadores con sus descalificaciones, y que el cazador es poco menos que un guarda forestal cuando acude un medio de comunicación, y que si se habla de matar, ni siquiera saben "matar el tiempo" que de manera tan altruista y desinteresada entregan a los demás, al medio ambiente, y a las galaxias circundantes.

Que el cazador en realidad no sale a matar (suele dejarse la escopeta en casa): “el fin no es matar, es disfrutar de la naturaleza y ver como cazan los perros…”. Que la forma más humana, profesional y  moral para combatir las enfermedades y las plagas es por medio de la escopeta, y no de las medicinas ni los anticonceptivos. Que la educación puede ser más peligrosa y dañina que la afición letal, despiadada y exterminadora que los VC practican, y que las muestras de afecto continuadas hacia un animal que nos demuestra su cariño, denotan cierto comportamiento violento, motivo por el cual lo califican de maltrato: “Maltrato es tratar a un perro como a un bebé”. A lo que nuestro amigo el lobo y  sus descendientes que son nuestras mascotas le contestarían si no es maltrato, demostrar amor incondicional a un humano que pone en peligro la vida de sus perros en lugar de enfrentarse él directamente a “la pieza”.

Que el que los VC no estén “obligados” a cazar, no quiere decir por ello que no tengan “derecho” a comerse los animales que cazan sus mascotas: “Los animales no deben tener los mismos derechos que las personas porque no tienen las mismas obligaciones” (sic). Como el planeta no tiene obligaciones con el hombre, éste tampoco debería tener ningún derecho sobre la tierra. De esta forma un animalista que defienda el “derecho” a la vida no debe poner en cuestión la “obligación” moral que supone el cumplimiento deontológico de toda profesión que por antonomasia defiende la vida, como es la veterinaria. Curioso.

Que los VC son las auténticas víctimas, y los animalistas y los animales son los auténticos depredadores. Que una palabra causa más daño que un cartuchazo y la pérdida de una vida. Que no debe tener razón alguna D. Miguel Ángel Hernández, y que por eso es Responsable de Conservación de Especies de Ecologistas en acción, cuando asegura que la caza lejos de regular la población de las especies, ocasiona graves desequilibrios en los ecosistemas, desplazando, hiriendo y dañando a las poblaciones autóctonas.

Que los animalistas, esta vez sí, demuestran con su actitud gratuita, desinteresada, y su inmenso amor una mayor vocación que los VC, cuando defienden la vida de los animales dedicando parte de su tiempo no como una afición, sino como una “obligación” moral que defiende el “derecho” a la vida. Una vida de la cual deberían alegrarse todos aquellos que utilizan la naturaleza para defender sus propios intereses.

José Luis Meléndez. Madrid, 18 de agosto del 2018
Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org

13 de agosto de 2018

Carta a un árbol

Han preferido situarse y ampararse en el distante y protocolario lado de la ley y de la propiedad privada, más que del lado de tus vecinos


Querido hermano:

El día que escuché desde casa el sonido de las motosierras presentí tu fatal desenlace. Acudí a tu lado para despedirme pero lamentablemente no pude terminar de presenciar el macabro desmembramiento de todo tu cuerpo.

Me imagino el sufrimiento que experimentaste en aquellos duros e inolvidables momentos. No solo por la sierra despiadada de aquellas hojas metálicas y dentadas que descuartizaron tu esbelto cuerpo, sino por tener que abandonar para siempre de esta forma tan salvaje y espeluznante el lugar en el cual viviste. Un dolor que aún hoy experimentamos en nuestra propia alma tus vecinos cada vez que paseamos a escasos metros de tu tumba al sentir tu energía. Porque las raíces majestuosas que hicieron de ti un ser tan querido siguen ahí enterradas.

Por mucho que intenten esconder con las malas artes que les caracterizan este sagrado lugar; por mucho que intenten profanarlo con sus hipócritas palabras, y sus políticas genocidas y exterminadoras, no lograrán borrar de nuestras mentes la Memoria Histórica de sus crímenes y de sus torturas. Una tortura que comenzó una mañana de marzo cuando un viento huracanado propiciado por el hombre arrancó de cuajo tus raíces de las encías terrestres, en las cuales has permanecido erguido durante tres décadas.

Si supieras la impotencia que hemos sufrido cada día tus vecinos al verte en ese estado. Han sido tres largos meses de angustia. De avisos sin respuestas efectivas ni esperanzadoras. De conversaciones entre nosotros que no hacían más que aumentar nuestro asombro ante tanta pasividad, ante tanta indiferencia.

Tú sin embargo has padecido solo con entereza y sin poder moverte tus últimos días; disimulando tu estado para no hacernos sufrir. Hemos escuchado cada día atentos las palabras emotivas de despedida de tus hojas, que como lenguas mecidas por el viento han logrado sobrecogernos de emoción. Otros sin embargo, han hecho oídos sordos y han decidido mirar hacia otro lado.

A las aves que antes venían a posarse a tus ramas les ocurre lo mismo. No entienden ni entenderán nunca la frialdad ni la insensibilidad de la que hecho gala el Área de Gobierno de Medio Ambiente y Movilidad del Ayuntamiento de Madrid con respecto a ti, hacia los animales a los que diste cobijo, y hacia estos vecinos de Madrid. ¿Qué hemos hecho para merecer este desprecio y  esta agresión visual y psicológica?

Ni siquiera han tenido el detalle de poner en el lugar de tu tumba una mísera piedra inerte que evoque tu figura; que reconozca tus servicios. Ni el de colaborar de alguna forma en estos momentos tan sensibles para todos. Has sido un vecino ejemplar. No te ha bastado más que un metro cuadrado de tierra para erguirte con tu elegante nobleza, y al mismo tiempo entregarnos tu aire limpio, tu sombra, tu concierto diario. No han sabido estar a la altura de las circunstancias. No han sabido arropar nuestros sentimientos. Ni darnos ese apoyo moral y gratuito en estos duros momentos de duelo. No les ha importado prolongar tu agonía ni nuestro sufrimiento.

Han preferido situarse y ampararse en el distante y protocolario lado de la ley y de la propiedad privada, más que del lado de tus vecinos. En la norma legal en lugar de la ética y de la moral. En la razón más que en el sentimiento. No han sabido reconocerte ni despedirte como merecías: como un vecino de Madrid que dio lo mejor que pudo y supo a sus vecinos. Como a un vecino que entregó a su barrio y a su ciudad lo mejor de sí mismo. Se han negado a asistirte. Han preferido desentenderse y  repercutir los gastos eutanásicos y funerarios a la comunidad de vecinos de la cual formabas parte.  Gente humilde de un barrio obrero. Tu coste era demasiado elevado en comparación a los miles de metros cúbicos de dióxido de nitrógeno que han absorbido tus hojas para beneficio nuestro.

Cada día son más tristes las calles de esta ciudad y de este barrio. Cada vez hay más tumbas y menos árboles y pájaros. Menos piares que alegren nuestras casas, y menos vuelos que surcan nuestro cielo. Los cadáveres que pueblan nuestras calles y jardines, le hacen sentirse a uno como un zombi. Como un superviviente que ha logrado salir indemne en medio de tanta tala y tan mala poda.

Tal vez dentro de unos meses los vientos justicieros y huracanados de la democracia desplacen de igual forma al ámbito de lo privado, a aquellos que no supieron defender ni auxiliar a los hermanos de un árbol tan simbólico y madrileño como es el madroño.

Pero tú ahora descansa…

José Luis Meléndez. Madrid, 7 de agosto del 2018

6 de agosto de 2018

El hombre más rico

Tenía la fisionomía esculpida por el cincel del destino, y los golpes que le asestó la vida. De estatura media y complexión media, lucía barba, y unas mejillas enrojecidas por los efectos del frío y del alcohol. Sus únicas pertenencias eran la ropa que vestía, unos cubiertos, y un envase de plástico, con el cual solía obtener unas monedas de los coches que se detenían en el semáforo próximo a su refugio.

Hace unos meses, la proximidad del invierno, y las primeras lluvias y humedades, me evocaron su recuerdo. Y antes de que llegase este frío polar y siberiano, me propuse conocerle. Llevaba muchos años viéndole en el lugar en el que residía, hace la friolera de veintiséis años en la entrada perteneciente a una antigua policlínica de Radio Televisión Española, ubicada en el número veinticuatro de la madrileña calle de Enrique Larreta. Un refugio exterior, a pie de calle, de apenas un metro y medio cuadrado de superficie.

Residir o habitar son términos que pueden resultar un tanto dañinos y ofensivos, si se tienen en cuenta las condiciones  “habitacionales”, en los que vivía Bruno. Un detalle que debieran de tener en cuenta los académicos, ya que el diccionario de la lengua española, otorga el mismo significado etimológico, a los verbos “habitar” y “residir”, como es el de “vivir o estar habitualmente en un lugar y en una casa".

Bruno no habitaba, residía, ni vivía en ningún lugar, ni en ninguna casa. Eso además de un despropósito, es cuanto menos un eufemismo insultante. Una mentira que constituye una falta de consideración, y una clara ofensa hacia el aludido. Porque Bruno residía simple y llanamente en la calle, y no era inquilino de ninguna casa, ni de ningún lugar. Era dejémonos de patrañas, una persona expulsada, marginada, y olvidada por la sociedad a la que pertenecía, del lugar y de la vivienda en la que entonces vivía, residía y habitaba.

¡Cuántos libros cargados de buenas intenciones se elevan por encima de los ciudadanos! ¡Cuántas instituciones los utilizan de forma retórica y demagógica con el fin de entretener a la galería con sus inmorales contradicciones! Bruno no era un vagabundo, porque aunque no tenía trabajo, tenía un refugio fijo. Tampoco era pobre, porque sus necesidades prioritarias para él, como la libertad, el pan, el agua, y el cariño de los demás, le sobraban.

No era un mendigo porque no pedía habitualmente limosna, sino préstamos a sus vecinos, que luego devolvía, con la recompensa de alguna invitación. Y sencillamente, porque daba más de lo que recibía. Tampoco era un holgazán, porque barría la acera suya, la de sus vecinos, y trabajaba pidiendo unas monedas, en unas condiciones en las que nadie lo haría.

La gente se acercaba  a Bruno por lo que era, no por lo que tenía. Poseía el salón de estar más grande del mundo, cuyo mobiliario estaba compuesto por un banco público,  y un árbol, que al lado de éste, actuaba de sombrilla. A escasos metros,  había una silla de piedra, que formaba el escalón de la entrada principal del local. Su cama era portátil, y estaba compuesta de cartones. Sus bombillas preferidas eran las estrellas, y su lámpara y su reloj era el sol.

No necesitaba muros, puertas, ni ventanas para asomarse al mundo, porque vivía en un permanente contacto con él. La única intimidad que tenía, era la que conseguía en sus cortas visitas,  a los aseos públicos de la zona. Para acceder a él, no hacía falta llamar a ninguna puerta, porque no creía en los muros, ni en las barreras que separan. El albergue en el que estuvo en una ocasión, no le dejó buenos recuerdos. Un  lugar para un universitario como él no muy apto ni recomendable para establecer amistades estables, debido a la temporalidad y al acusado perfil marginal de sus inquilinos.

Bruno estaba acostumbrado a que los demás bajasen la mirada, cuando pasaban por su lado, pero no se ofendía. Sabía que no era un gesto de desprecio hacia él, sino más bien un gesto de vergüenza ajena de la sociedad hacia su injusta situación, y no hacia la persona que estaban viendo. Por ese motivo cogía las dádivas que le daban, con la amabilidad y el mismo cariño con el que se la ofrecían.

Nadie sabe si su aparente situación personal de pobreza, fue una decisión personal o la única opción a la que un día le empujó la vida. Hoy he pasado a verle, para invitarle a tomar unas latas de cervezas, con la intención de sentarme en su banco, y poder conocerle. De brindar a nuestra salud, y abrir nuestros corazones, con la llave o la pestaña metálica sobrante de nuestras latas, para inaugurar con ese sonido, el comienzo de una posible amistad.

No ha sido posible. Unos minutos antes de llegar, me percaté que Bruno no estaba, y no pude terminar de recorrer, la escasa distancia que faltaba para llegar a su refugio. Una profunda inquietud y desolación me invadió. No ver a Bruno, era como pasar por la Puerta del Sol, y no ver el Oso ni el Madroño. Era el valor añadido, la seña de identidad de la zona. La calle no era la misma, ni yo  la misma persona que había llegado hace unos instantes.

A los pocos metros tuve la suerte de ver al portero de una finca próxima, mientras barría la misma acera que en otras ocasiones barrió Bruno. La conversación con Felipe, como así se llamaba, fue emotiva. Los dos compartimos recuerdos y momentos de Bruno, lo cual me animó, y permitió acercarme posteriormente al lugar en el cual Bruno estuvo más de dos décadas.

Una vez llegué a la zona, pude comprobar que los propietarios del local, habían blindado el acceso de la entrada, con unos cierres metálicos. Me entristeció la imagen, porque eso suponía que Bruno ya no podría regresar al lugar en el que durante tantos años fue lo más feliz que pudo. Felipe me informó, que tres meses antes, Bruno reconsideró su actitud, y después de despedirse de todos los vecinos, decidió irse con el SAMUR social, a un centro de acogida.

No sabemos qué será de Bruno, a partir de hoy. Si habrá decidido integrarse e iniciar una nueva etapa, o si sus recuerdos  serán para él lo suficientemente intensos  para hacerle volver a su anterior vida. Lo que nunca olvidará Bruno, es el día que lo perdió todo, y empezó a ganarse a sí mismo. Porque gracias a él llegó a sentirse el hombre más rico del mundo.

José Luis Meléndez. Madrid, 15 de Enero del 2017