¿Qué pensarían los hosteleros, si valorasen los clientes sus platos, con el mismo desprecio, y la misma prepotencia en sus respectivos restaurantes...?
Quedan advertidos. Antes de hacer zapping, los martes por la noche, y sintonizar la Uno, piénsenlo dos veces. Porque si el jurado implacable, despiadado, y con caras de “buenos amigos” del concurso MasterChef, logra ver por un casual, los platos que han preparado para cenar, es casi seguro que además de una humillante reprimenda en público, sean invitados a abandonar su propio domicilio.
Entiéndanlo. Es lo que suele ocurrir a algunos dioses, cuando por la aparente actitud que derrochan, quien sabe si obligados a dejar por unas horas la luminosidad celestial de sus estrellas Michelin, tienen que impartir un par de horas con el resto de los mortales (¡Dios mío, qué cruz!, ¡Con lo bien que estaba de rodríguez en el cielo!)
Imagino la tremenda humillación, que debe sentir y padecer un Dios recién bajado de los cielos, y soy consciente que el insufrible vértigo y jet lag, pueda verse reflejado en sus rostros. Ignoro las cifras que deben cobrar por bajar a “poner a caldo” e “incar el diente” en la yugular a sus aspirantes, y celebro, por el bien de todos, que éstos, afortunadamente no tengan el don de la escucha. Pero hay algo digno de admirar en estos cocineros, reconvertidos parcialmente en jueces por horas. Y es la capacidad simultánea de “asustar” (incorporar agua fría o hielos a una cocción, paralizando de forma brusca el cocinado) a los aspirantes, y la de “levantar” (hacer hervir un preparado para su utilización) a la audiencia. Por no destacar su gran maestría a la hora de cocinar y cantar las comandas condenatorias durante la preparación y elaboración del programa.
Que se lo pregunten sino a Alberto, el joven de dieciocho años, cuando el catorce de abril, decide acudir a concursar al programa, probar suerte, y elaborar un plato con tiras de pimiento asado, y una patata semicocida con forma y carita de león. El plato lo presenta con el nombre de “León come gamba” (quien sabe si con alguna indirecta al jurado). El honorable jurado espera de pie, con cara impasible, la entrada de los concursantes. Los cuchillos reposan (de momento) limpios y afilados, en el interior del plató de la cocina más temeraria jamás conocida. Los aspirantes, como pacientes sufridores, aguardan con los dientes apretados, y el corazón encogido, el dictamen inquisitorial de los Torquemada.
El aire corta la respiración, y la tensión se respira en el ambiente. Los concursantes recuerdan mientras tanto el formato del programa, y el suplicio que aún les queda: como aprendices no tienen derecho a defensa, en el duelo verbal que mantendrán contra los tres miembros del jurado. ¡Ahí es nada! Saben que el más mínimo fallo, puede ser motivo más que suficiente, para no renacer en el reino mineral. Por si esto fuera poco, a diferencia de otros programas gastronómicos, los misterchefs no enseñan, ni cocinan. Todo se da por sabido a los candidatos.
Alberto expone a los dioses, y a su audiencia, su original creación. El Venerable Maestro de ceremonias, Don Pepe Rodríguez, dilata emocionalmente al aspirante: “el humor es importante en la cocina” (no especifica si también para los cocineros, y otras tantas facetas de la vida). El terror y el suspense momentáneo va disipándose, y enseguida da paso a un nuevo género de acojone continuo y generalizado (todavía no he empezado a “abrir boca”, y hace un rato he cerrado los ojos). Alberto se encuentra situado a escasos metros de los miembros del jurado. El formato televisivo al parecer, permite a los compañeros reírse (de una forma ética) de los platos de los demás aspirantes. Una vez expuesta, y explicada su creación, toma la palabra el Venerable, que aprovechando que está en el plató, decide dejar su humor en la cocina. El plato de Alberto no ha sido de su agrado (se nos rompió el humor de tanto usarlo).
El humor es importante en la cocina, pero curiosamente no ante los 3.197.000 de telespectadores que aguantan el bochornoso espectáculo. El carácter de una patata ha descolocado la personalidad de los cocineros, y ha provocado la humillación pública del concursante humano. Siglo XXI después de Cristo. Inicios y cambios del modernismo al surrealismo más profundo. Es más, Rodríguez, se toma como una ofensa personal la obra de Alberto (que digo yo personal, casi universal), y resultado de su valoración: “ es un insulto a la inteligencia del jurado, y a la de los quince mil aspirantes que se han quedado fuera" (¿no es el tribunal el que ha elegido a Alberto para concursar?, me pregunto).
Alberto argumenta el nombre de su plato “León come gamba”, e intenta explicar al jurado que ha elegido ese nombre con objeto de dotarle de un mayor carácter. Reconoce a su vez que la patata está semicruda. Respuesta del cocinero: “¿Tú crees que el carácter me lo vas a enseñar (a mí) con una patata cruda…? (el cocinero se sigue fijando más en la patata, que en el resto del plato). Alberto vuelve a reconocer su pecado mortal, y pasa al ataque Jordi Cruz: “Tú no has entendido nada (tonto). Yo soy cocinero (tu solo un aspirante). En mi vida he visto una marranada (propia de marranos) como esta, y que tú nos la intentes colar (intencionadamente)”.
Los ojos de Alberto, impotentes, empiezan a humedecerse: “no sé si voy a volver a cocinar. Después de esto, me voy a esconder en un pozo, y no voy a salir en dos años”. La cuchara del yogurt que sujeta mi mano, se me ha doblado, como si el mismísimo invitado de Iñigo, Uri Geller, hubiera leído mi pensamiento. Una excelente “Mice en place” (puesta a punto) del jurado para la audiencia, y para la pobre y bella presentadora, Eva González, que al final tiene que “comerse el marrón”, y el plato de los dos cocineros. Minutos después vuelve Jordi Cruz, e intenta echar una mano a la presentadora y “blanquear” (dar un hervor a un producto, para quitarle el mal sabor) las lágrimas de Alberto: “no has estado afortunado” (nosotros sí). Nueva metedura de pata.
¡Ánimo Alberto! Has tenido suerte. Me alegro que aun te haya quedado corazón para salir vivo de este plató. Si algún día te encuentras por el camino con algún perdonavidas de este “prometedor” jurado, no te olvides de agradecerles su actitud por los siglos de los siglos. ¿Te imaginas qué pensarían sus compañeros hosteleros, si los clientes valorásemos cada uno de los diferentes pinchos, platos y postres, con el mismo desprecio y prepotencia en sus respectivos restaurantes? Te invito a que tomes como modelo a la inmensa mayoría de magníficos y excelentes hosteleros, que saben cada día abrirnos el apetito, enseñarnos y acercarnos la cocina a nuestras casas. Y lo que es aún más importante, tratar igual o con más cariño a sus clientes que a sus productos. No me despido de ti, pero sí de esta televisión pública que te ha denigrado con el dinero de todos. Es hora de dormir, pero tú no te rindas, y sigue soñando.
¡Hasta siempre, amigo!
José Luis Meléndez. Madrid, 18 de Abril del 2015.
Fuente de la imagen: Flickr.com
Quedan advertidos. Antes de hacer zapping, los martes por la noche, y sintonizar la Uno, piénsenlo dos veces. Porque si el jurado implacable, despiadado, y con caras de “buenos amigos” del concurso MasterChef, logra ver por un casual, los platos que han preparado para cenar, es casi seguro que además de una humillante reprimenda en público, sean invitados a abandonar su propio domicilio.
Entiéndanlo. Es lo que suele ocurrir a algunos dioses, cuando por la aparente actitud que derrochan, quien sabe si obligados a dejar por unas horas la luminosidad celestial de sus estrellas Michelin, tienen que impartir un par de horas con el resto de los mortales (¡Dios mío, qué cruz!, ¡Con lo bien que estaba de rodríguez en el cielo!)
Imagino la tremenda humillación, que debe sentir y padecer un Dios recién bajado de los cielos, y soy consciente que el insufrible vértigo y jet lag, pueda verse reflejado en sus rostros. Ignoro las cifras que deben cobrar por bajar a “poner a caldo” e “incar el diente” en la yugular a sus aspirantes, y celebro, por el bien de todos, que éstos, afortunadamente no tengan el don de la escucha. Pero hay algo digno de admirar en estos cocineros, reconvertidos parcialmente en jueces por horas. Y es la capacidad simultánea de “asustar” (incorporar agua fría o hielos a una cocción, paralizando de forma brusca el cocinado) a los aspirantes, y la de “levantar” (hacer hervir un preparado para su utilización) a la audiencia. Por no destacar su gran maestría a la hora de cocinar y cantar las comandas condenatorias durante la preparación y elaboración del programa.
Que se lo pregunten sino a Alberto, el joven de dieciocho años, cuando el catorce de abril, decide acudir a concursar al programa, probar suerte, y elaborar un plato con tiras de pimiento asado, y una patata semicocida con forma y carita de león. El plato lo presenta con el nombre de “León come gamba” (quien sabe si con alguna indirecta al jurado). El honorable jurado espera de pie, con cara impasible, la entrada de los concursantes. Los cuchillos reposan (de momento) limpios y afilados, en el interior del plató de la cocina más temeraria jamás conocida. Los aspirantes, como pacientes sufridores, aguardan con los dientes apretados, y el corazón encogido, el dictamen inquisitorial de los Torquemada.
El aire corta la respiración, y la tensión se respira en el ambiente. Los concursantes recuerdan mientras tanto el formato del programa, y el suplicio que aún les queda: como aprendices no tienen derecho a defensa, en el duelo verbal que mantendrán contra los tres miembros del jurado. ¡Ahí es nada! Saben que el más mínimo fallo, puede ser motivo más que suficiente, para no renacer en el reino mineral. Por si esto fuera poco, a diferencia de otros programas gastronómicos, los misterchefs no enseñan, ni cocinan. Todo se da por sabido a los candidatos.
Alberto expone a los dioses, y a su audiencia, su original creación. El Venerable Maestro de ceremonias, Don Pepe Rodríguez, dilata emocionalmente al aspirante: “el humor es importante en la cocina” (no especifica si también para los cocineros, y otras tantas facetas de la vida). El terror y el suspense momentáneo va disipándose, y enseguida da paso a un nuevo género de acojone continuo y generalizado (todavía no he empezado a “abrir boca”, y hace un rato he cerrado los ojos). Alberto se encuentra situado a escasos metros de los miembros del jurado. El formato televisivo al parecer, permite a los compañeros reírse (de una forma ética) de los platos de los demás aspirantes. Una vez expuesta, y explicada su creación, toma la palabra el Venerable, que aprovechando que está en el plató, decide dejar su humor en la cocina. El plato de Alberto no ha sido de su agrado (se nos rompió el humor de tanto usarlo).
El humor es importante en la cocina, pero curiosamente no ante los 3.197.000 de telespectadores que aguantan el bochornoso espectáculo. El carácter de una patata ha descolocado la personalidad de los cocineros, y ha provocado la humillación pública del concursante humano. Siglo XXI después de Cristo. Inicios y cambios del modernismo al surrealismo más profundo. Es más, Rodríguez, se toma como una ofensa personal la obra de Alberto (que digo yo personal, casi universal), y resultado de su valoración: “ es un insulto a la inteligencia del jurado, y a la de los quince mil aspirantes que se han quedado fuera" (¿no es el tribunal el que ha elegido a Alberto para concursar?, me pregunto).
Alberto argumenta el nombre de su plato “León come gamba”, e intenta explicar al jurado que ha elegido ese nombre con objeto de dotarle de un mayor carácter. Reconoce a su vez que la patata está semicruda. Respuesta del cocinero: “¿Tú crees que el carácter me lo vas a enseñar (a mí) con una patata cruda…? (el cocinero se sigue fijando más en la patata, que en el resto del plato). Alberto vuelve a reconocer su pecado mortal, y pasa al ataque Jordi Cruz: “Tú no has entendido nada (tonto). Yo soy cocinero (tu solo un aspirante). En mi vida he visto una marranada (propia de marranos) como esta, y que tú nos la intentes colar (intencionadamente)”.
Los ojos de Alberto, impotentes, empiezan a humedecerse: “no sé si voy a volver a cocinar. Después de esto, me voy a esconder en un pozo, y no voy a salir en dos años”. La cuchara del yogurt que sujeta mi mano, se me ha doblado, como si el mismísimo invitado de Iñigo, Uri Geller, hubiera leído mi pensamiento. Una excelente “Mice en place” (puesta a punto) del jurado para la audiencia, y para la pobre y bella presentadora, Eva González, que al final tiene que “comerse el marrón”, y el plato de los dos cocineros. Minutos después vuelve Jordi Cruz, e intenta echar una mano a la presentadora y “blanquear” (dar un hervor a un producto, para quitarle el mal sabor) las lágrimas de Alberto: “no has estado afortunado” (nosotros sí). Nueva metedura de pata.
¡Ánimo Alberto! Has tenido suerte. Me alegro que aun te haya quedado corazón para salir vivo de este plató. Si algún día te encuentras por el camino con algún perdonavidas de este “prometedor” jurado, no te olvides de agradecerles su actitud por los siglos de los siglos. ¿Te imaginas qué pensarían sus compañeros hosteleros, si los clientes valorásemos cada uno de los diferentes pinchos, platos y postres, con el mismo desprecio y prepotencia en sus respectivos restaurantes? Te invito a que tomes como modelo a la inmensa mayoría de magníficos y excelentes hosteleros, que saben cada día abrirnos el apetito, enseñarnos y acercarnos la cocina a nuestras casas. Y lo que es aún más importante, tratar igual o con más cariño a sus clientes que a sus productos. No me despido de ti, pero sí de esta televisión pública que te ha denigrado con el dinero de todos. Es hora de dormir, pero tú no te rindas, y sigue soñando.
¡Hasta siempre, amigo!
José Luis Meléndez. Madrid, 18 de Abril del 2015.
Fuente de la imagen: Flickr.com
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