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6 de abril de 2015

El Fútbol

No es la natación, sino el fútbol, el deporte más completo. Porque mientras los jugadores hacen piernas en el campo, la afición hace brazos en sus casas, y en la barra de los bares

En el bar, la vida transcurre con total normalidad: “no sé cómo puedes disfrutar, al ver tíos en calzoncillos, detrás de un balón…”, le dice un cliente a un telespectador y sufrido aficionado. La espuma de la cerveza, que el increpado aun sostiene en sus manos, rebosa lentamente por la boca de su vaso, con la misma rabia, por el mismo órgano y la misma baba que la de la niña del exorcista…

¿Qué tendrá que ver la lencería masculina con el deporte?, me digo. Pregunto al jefe por el baño, y aprovecho el momento de tensión para relajarme. Una vez en el interior, inspiro el aire (O.M.), y me siento como el osito Yogui, mientras contemplo la luz de la bombilla, intentando encontrar una explicación filosófica y existencial a la escena. Mis manos fabrican con el rollo de papel, y el palillo sobrante del pincho, la bandera de la paz. Recuperado el equilibrio emocional, y, auspiciado de nuevo por el espíritu conciliador y pacifista, me dispongo a subir al lugar de la contienda, como el casco azul, que anhela ver cumplida, con la máxima urgencia, la resolución más ecuánime para ambas partes.

Reconozco que el futbol, es entre los hombres, el medio de relación social más poderoso. ¿Qué sería de la vida, y de la crisis moral, social y económica que atravesamos, sin la catarsis terapéutico - social de su inconsciente colectivo? Respuesta: es posible que el sistema hubiera estallado, igual que la olla calentada a fuego lento, y desprovista de su necesaria válvula de escape. Su función principal desde la infancia, como elemento facilitador de la integración social del individuo, ha hecho y hace de este deporte un excelente estímulo, tanto para el trabajo en equipo, como para el desarrollo físico.

El espíritu competitivo, bajo una serie de normas, actúa asimismo, como un instrumento esencial, a la hora de asumir y encajar las primeras victorias y derrotas. Aun así, desde el punto de vista del espectáculo, y de la competición, sería conveniente, que la afición se preguntase, que formato de juego prefiere, y si este es en la actualidad el más justo, genuino, y equilibrado de fuerzas. Porque seguir sin reconocer, a estas alturas, que los actuales equipos de fútbol profesionales, continúan enfrentándose a sus rivales, en clara desigualdad de condiciones, y que los clubs con mayores recursos económicos, tienen más posibilidades de fichar jugadores más competitivos, supondrá seguir asistiendo a una bochornosa, y más que sospechosa victoria económico – deportiva, por parte de los mismos equipos del ya más que cansado y aburrido bipartidismo futbolero merengue y culé.

Es por tanto de justicia reconocer al fútbol amateur, la vocación, ilusión, y pureza, con la que sus deportistas y jugadores, salen al campo a sudar la camiseta, lejos de los ojos mediáticos, y de los contratos millonarios y publicitarios que firman las majestuosas divinidades galácticas de los pies de oro. Si al menos tuvieran los clubs algún gesto con la sociedad a la que pertenecen, y celebrasen algún que otro partido beneficio, tan necesario en estos tiempos. ¿No es suficiente pasar un buen rato viendo un buen partido, independientemente de los colores que representen, y contemplar con mayor objetividad, y menos pasión-sufrimiento dicho encuentro?, ¿Es realmente necesario pertenecer a un equipo concreto, para disfrutar de un bonito momento?, ¿No tiene un efecto más emocionante y renovador, ver como un equipo humilde sube a primera?

Es cierto. El ser humano, es un animal emocional, que necesita dar rienda suelta a sus distintas pasiones. Hasta aquí todo bien. Pero, ¿Cuál es el origen de tanto derroche sanguíneo? Antes de responder a esta pregunta, tenemos que formularnos un segundo interrogante: ¿Por qué el fútbol, es un deporte seguido y practicado en el mundo, por una aplastante mayoría de hombres? El hombre en sus orígenes era cazador. Una vez creada la función, el hombre se organizó con otros miembros de su mismo sexo, para realizar esta necesaria actividad, con mayor éxito, y fomentar la relación social, y de pertenencia a la tribu. Al contemplar un partido de fútbol, podemos observar como el juego se inicia, cuando el jugador pone en movimiento “la pieza” o el balón, dotando a este de vida. En una segunda fase, acompañado en todo momento por su tribu, se dispone a “cazar” la pelota. Para ello persiste, pone todo su empeño, y no para hasta ver apresado el esférico bajo una red. Una vez que lo consigue, la pieza “muere”, y el cazador celebra con un grito su victoria.

El Homo erectus ha vencido, y tiene que celebrar con su tribu su superioridad como especie. Por fin ha canalizado y satisfecho su instinto animal de supervivencia, y lo que es aún más importante, su continua pulsión sexual y penetradora. Ahora rebosa felicidad, una vez que ha dejado su marca reproductora, en el interior del órgano femenino, que simboliza la portería. Las faltas, los córners, y demás elementos, simbolizan, los contratiempos emocionales, durante la reacción con la hembra. La resistencia de la pieza ante el grupo, así como la dificultad del terreno, o las condiciones climatológicas durante la caza.

Observen las reacciones de sus amigos desde el inicio del partido. Empieza el juego. El macho empieza a clavar su mirada en la pieza. A continuación emite los primeros gruñidos u onomatopeyas de reprobación y admiración. Según se va aproximando la pieza a la portería, va aumentando su nivel de testosterona. Mientras la mujer habla con una amiga por teléfono, mira a su barril cervecero, que permanece desencajado y absorto en el sofá, con una mueca que dibuja su rostro, mitad asombro, mitad deseo (¡Ay, mi hombre! Pero qué tonto, y que macho se pone, cuando juega su equipo…).

Al final llega el esperado momento. Centra su amigo Manu a Pepe una aceituna desde el centro de la mesa. La coge Pepe, e intenta meterla en su boca, pero ¡uy!, su lengua ha despejado el tremendo chute a la alfombra del salón. Saque de esquina. Saca Manu, y centra a las manos de Pepe, una patata frita (penalti que no se pita). Pepe pasa a Carmen, la mujer de Manu, y sin darse cuenta se seca la grasa en el sillón. La mujer de Pepe, Vane, pita la primera falta de la tarde. Saca de nuevo Pepe, sale del centro del salón, y pasa a Manu su vaso de cerveza y llegan juntos a la cocina. Pepe abre la nevera, coge la cerveza, y ¡atención!, antes de servírsela a Manu, se oye desde el salón: ¡GOL! ¡¡GOL!!, ¡¡GOL!!, ¡GOOOOOL!, ¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!! (el efecto repetición es importante en este momento, ya que tiene el efecto psicológico de que han sido varios, y no un único gol). Pepe saca la tarjeta roja a Vane, por no haber servido ella las cervezas, y haberse perdido el gol. Es la primera expulsión, y esta noche habrá que desempatar y hacer las paces.

Está a punto de acabar el partido. El Míster no se ha tragado el chicle con los nervios de chiripa, pero ha liberado como el macho alfa de la tribu, la mayor dosis de hormonas masculinas, animando a sus chicos. Intento regresar a la descansada vida. Al fin he dejado de “sufrir el placer, de gozar el sufrimiento”. Estoy más que convencido: no es la natación, sino el fútbol, el deporte más completo. Porque mientras los jugadores hacen piernas en el campo, la afición hace brazos en sus casas y en la barra de los bares.

La Roja, ha llegado a la prórroga, y ahora es el momento de los penaltis. Las tres horas de juego, han acabado con mi sistema nervioso. Si falla España un penalti, soy capaz de cualquier cosa. Empiezo a no ser nadie. Ya no me queda cerveza. Ni patatas. Ni tabaco. Ni uñas. ¡Qué desastre! Estoy tan excitado que no me atrevo a mirar los penaltis, ni de reojo. Apago la tele, me tapo los oídos, y en mi última jugada, hago un pase de la pasión al razonamiento: prefiero que gane el mejor, antes que lo haga mi equipo.

José Luis Meléndez. Madrid, 4 de Abril del 2015.
Fuentes de las imagenes: Flickr.com

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