La vida de un animal y la de un vegetal valen lo mismo
Aún en el siglo XXI, seguimos creyendo que la especie humana es la única que llora cuando siente. Algo normal si consideramos que el antropocentrismo nos ciega la mente, cuando antepone al hombre por encima de los demás seres. Yo soy el hombre y soy el único que tiene derecho a vivir, a reír a llorar y a a pasármelo bien. Es más fácil cerrar los ojos que reconocer que las demás especies sienten y sufren. Una coartada perfecta para continuar matándolas, maltratándolas y encima nutriéndose de ellas.
Esta es la inteligencia superior y superlativa del ser humano. La falta de imaginación que derrocha al recrearse en el sufrimiento ajeno antes de buscar nuevas formas de alimentación más éticas y sostenibles. Un baño de realidad para todos, incluidos aquellos que practican el veganismo: el sufrimiento y la tortura vegetal también existen. ¿O es que pensábamos que no eran seres vivos por el mero hecho de no moverse...? Un dolor que algunas plantas expresan a como pueden, a través de sonidos imperceptibles para el ser humano o de su lenguaje corporal.
Es posible que una de las razones de esta indiferencia y falta de consideración por el mundo vegetal se deba a que empatizamos más con los animales al sentirnos más identificados con ellos. Y esto tal vez es debido a que su expresividad y su comportamiento es mucho más parecido al nuestro. Su lenguaje corporal, sus onomatopeyas e incluso su forma de vida. El hombre es en definitiva un animal semiracional, ya que la mayor parte de su conducta es primordialmente emocional.
Las plantas sin embargo deberían despertar al menos la misma empatía si consideramos que son seres que no pueden moverse, tienen limitada su expresividad y sufren por tanto mucho más los efectos del cambio climático. Muchas de las plantas son plantadas o situadas en climas o lugares que no son adecuados para ellas. Muchas de ellas mueren por ahogamiento como consecuencia del excesivo riego humano.
Hace unos años vi frustradas mis aspiraciones profesionales de florista, lo cual no me ha impedido en la actualidad ser un mejor jardinero. Una vez realizado el curso de Técnicas de base en la prestigiosa Escuela Española de Arte Floral, decidí desistir en mis intentos. Me resultaba hiriente y a la vez macabro, el contraste de la belleza de las obras que componíamos, como centros, coronas, ramos, o coronas mortuorias, con el sufrimiento al cual sometíamos a las flores y a las plantas.
El caso más espeluznante, que curiosamente recuerdo, es el que más gusta a las futuras novias. Consiste en una de las técnicas a la hora de componer un ramo de novia, como es la denominada, técnica del alambrado. El florista introduce el alambre por el interior de una flor de tallo grueso, por ejemplo, el de una gerbera. Si el tallo es fino se serpentea por fuera todo el tallo, para que permanezca erguido. Durante ese proceso la flor sufre la rotura de todos sus vasos sanguíneos. Posteriormente se recubre con cinta aislante verde de florista, para darle mayor consistencia y a la vez pase desapercibida semejante escabechina.
¿Se imaginan la cara de la novia, feliz portando uno de esos ramos y tirándola después durante el baile, a ver si otra mujer coge el ramo...? Pues esta es parte de la "cultura" floral o de lo que los férreos defensores del maltrato llaman tradición. Como si cambiándole de nombre quedase exenta su brutalidad y no mereciese una enmienda a su totalidad.
Esta misma tarde unas hortensias (ver imágenes), me expresaban su sufrimiento por medio de su lenguaje corporal. Sus hojas carnosas estaban caídas hacia abajo. A los diez minutos de regarlas las plantas habían levantado sus hojas y recuperado su aspecto inicial. Una forma de agradecimiento que ustedes pueden comprobar y para la cual no hace falta ser un científico del CSIC, precisamente. Quedan invitados los excépticos a experimentar esta apasionante comunicación y agradecimiento por parte de una planta.
¿Se comunican por tanto las plantas con nosotros? Si. Otra cosa es que nosotros no sepamos o más bien no queramos ni nos interese perder un minuto en semejante comprobación. Es más fácil vivir en la opinión e ignorancia colectiva, por no decir en la mentira, que comprobar por sí mismo los hechos, o en su defecto, al menos recurrir a las fuentes fidedignas de los científicos.
La huida hacia otras fuentes de alimentación que provienen también de seres vivos constituye por tanto un falso veganismo. Porque igual de doloroso debería ser ver a un animal ensangrentado que ver a una especie vegetal cuando emana de ella su savia, como consecuencia de la mano indiscriminada del hombre. Dicho de otra forma porque una planta o un árbol no protesten ni derrochen su savia, no quiere decir que no sufran.
Ser vegano para justificar el animalismo o lo que es lo mismo, dejar de comer animales para fomentar la muerte y el sufrimiento de otros seres vivos, como son los seres vegetales, es una actitud hipócrita y a la vez antiespecista a la hora de defender la vida.
Da la impresión con esta actitud que lo que busca el ser humano es escapar del sufrimiento que le provoca a él, más que al animal. Su muerte tortuosa en comparación con la de un vegetal, cuando la de ambos seres valen lo mismo. El verdadero veganismo debería defender la vida de ambos reinos y no solo la de uno de ellos.
José Luis Meléndez. Madrid, 4 de agosto del 2022.