En un escaso lustro, la mayoría absoluta de la clase política española ha logrado sonrojar a todos sus votantes
No hay duda. Estamos viviendo uno de los momentos más críticos de la Historia. Casi recién salidos del maremoto de la pandemia de la Covid, con sus respectivas olas (seis hasta la fecha), asistimos en el ámbito nacional, estupefactos en las últimas horas, al suicidio orgánico y público del principal partido conservador del arco parlamentario. Apenas un lustro después de la celebración del conflictivo XXXIX Congreso Federal del partido progresista más importante del país, en el cual dos sectores de dicha agrupación hicieron lo propio, si no en el fondo, al menos en las formas.
No solo eso. En el ámbito internacional más cercano, las tensiones geopolíticas entre el bloque occidental y oriental amenazan la paz europea y mundial. Ucrania no es solo el nombre de un país; es esa zona de nadie que pretende ser suya y que al parecer algunos no están dispuestos a consentir. Es el nombre tras el cual se esconde la pugna entre dos modelos de civilización. Por un lado aquel que defiende la democracia, es decir, la participación ciudadana en los órganos de poder y por otro el modelo autocrático e imperialista, que además de prescindir de dicha colaboración, es reacia a los valores fundamentales de la persona, como son los Derechos Humanos.
Doy por hecho que en una semana, tan intensa como preocupante en cuanto a su actualidad informativa se refiere - da la impresión que estamos en agosto de 2022 y aún no hemos concluido en segundo mes del año-, les ha dejado a estas alturas, poco menos que en el sitio. ¿Aguantaremos esta intensidad informativa hasta diciembre o nos veremos en la necesidad de adquirir nuestros propios intermedios y vacaciones mediáticas y políticas?
Hasta ahora hemos sabido pasar de la indignación pacifica al asombro. Así de responsables y de ejemplares somos los ciudadanos españoles ante una mayoría de nuestra clase política. Sintámonos orgullosos al menos de nosotros mismos ya que no podemos hacerlo extensivo a esa clase que un día eligieron algunos.
De seguir este espectáculo no sería descabellado pensar que cuando dejemos de utilizar la mascarilla nos veamos obligados a utilizar de una forma voluntaria, sin ningún decreto que nos lo ordene, tapones en nuestros conductos auditivos, con objeto de proteger nuestra dignidad y nuestra salud resentida por los últimos acontecimientos acontecidos.
En vista de lo que antecede, podemos concluir que en un escaso lustro, la mayoría absoluta de la clase política española ha logrado sonrojar a todos sus votantes, lo cual pone de manifiesto el nivel de crispación y de descuido que padecemos los ciudadanos desde hace tiempo. Ni siquiera un pacto de Estado al año.
Ante esta falta no ya de atención, sino de respeto hacia el ciudadano, cabría considerar la posibilidad de pensar en dos tipos de vacaciones: las vacaciones mediáticas, vía tapón auditivo y las vacaciones electorales, vía abstención. /- “Hombre, hay que ir a votar que ha costado mucho”/, /- Lo siento, yo también sé estar de vacaciones cuando ellos me necesitan/. Aunque mucho me temo al paso que vamos que cuando llegue la ansiada normalidad, seamos incapaces de adaptarnos, después de la desmoralización anormal a la que tristemente ya estamos acostumbrados.
Los dos hechos, por ser justos, de una y otra fuerza parlamentaria, son tan graves, que trascienden el terreno político y ponen en evidencia la idiosincrasia de la naturaleza humana y lo difícil que resultan las relaciones humanas en todas sus vertientes como son la amistad, la pareja o el grupo. Lo afirmo después de escuchar a la responsable del Comité de Garantías lamentarse de dar la imagen que estaba dando su formación. Un gesto desde luego encomiable de dar las explicaciones oportunas que no ha tenido a bien hacer su máximo responsable. Lo malo es que los mismos errores cometidos terminan por convertirse en un desprecio hacia la ciudadanía.
Mientras el ser humano se empeña en considerarse a sí mismo, sin la anuencia de las demás especies, un animal racional, en lugar de un animal eminentemente emocional. Con el agravante de que el hombre tiene más capacidades que el resto de animales y plantas y como consecuencia de su “racionalidad”, es el ser más destructivo del planeta. Si uno analiza las dos situaciones, la de Ucrania y la de España puede llegar fácilmente a la conclusión que el miedo a perder el poder territorial y orgánico, ha sido la emoción que nos ha conducido a este escenario europeo y nacional, respectivamente.
Falta por tanto cabeza y sobra emotividad tóxica e improductiva en la clase política española. Las primeras primarias no le han sentado nada bien al grupo conservador. Mucho menos a mujeres de reconocido prestigio que como en anteriores ocasiones, han visto como según iban pisando la moqueta de plantas superiores, su prestigio disminuía de manera proporcional a dicho ascenso. Aún así y de manera excepcional el partido cuenta con un buen candidato. Los españoles en general, no solo los votantes de dicha formación, se merecen un segundo tiempo, una “semilegislatura” digna, gracias a la cual vuelvan a confiar en su especie.
José Luis Meléndez. Madrid, 23 de febrero del 2022. Fuente de la imagen: wikimedia.commons.org
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