El animalismo es humanista, porque trasciende los valores morales de la especie humana
Ha elegido una imagen blanca y de algodón para la ocasión. Lo ha hecho por su propia voluntad. No le ha presionado ninguna cuadrilla de toros. Ha tenido derecho a quejarse de sus dolores, y ha sido escuchado. Ha salido con vida, ileso, pero aun así, se siente inerme. Es Sebastián Castella, el humanista; el matador ha preferido no hablar de la pasión, ni de los sentimientos que experimenta en la plaza. Una ocasión de oro, para haber rebatido, a todas las personas, que según él, le acusan de no tener corazón.
El humanista, ha hecho gala de su condición, arremetiendo desde el inicio contra un amplio sector de su misma especie, como son todas las personas que sienten un gran amor y respeto por los animales. El matador se ha presentado como única víctima que sufre cuando escucha calificativos que no son de su agrado. Ni el toro, ni los animalistas sufren por la tortura y la muerte cruel del animal, cuando el maestro torea.
Los animalistas (todos: antitaurinos y no antitaurinos), dice, son personas cargadas de odio, y los animales seres inferiores no sujetos a derechos. Aun así, se considera una persona tolerante (no especifica si con los toros también). De la exposición del señor Castella, es fácil inferir que los animalistas no sienten amor ni respeto por los animales: sienten odio por los toreros. Otra tergiversación: los animalistas dice: “fuerzan que la ley se ponga de su parte, para acorralarnos y dejarnos fuera del marco legal”. Don Sebatián, ignora que los animalistas luchan por los derechos de los animales, y no por los propios, como hace la tauromaquia. Una actitud comprensible al no reconocer los derechos del animal, y una prueba más que evidente, de amor y respeto inmenso por ellos.
Al humanista, le molesta que le equiparen con el resto de animales no racionales, incapaces de hacer daño sin ningún motivo, y mucho menos, que le sitúen por debajo de ellos. Castella es incapaz de reconocer el “humanismo” de una lechuga, incapaz de causar daño, y menos de matar a nadie. Habla de aislados y contados casos de delitos de odio de algunos animalistas, pero generaliza, e incluye a todos en el mismo saco. Se pregunta si son delitos de odio las injurias verbales que recibe por parte de algunas personas, pero no psicoanaliza los sentimientos que le llevan a cometer semejante crueldad.
En otro descuido (se desconoce si interesado), omite las agresiones físicas y verbales que reciben algunos animalistas, como los que sufrió Aida Gascón, Presidenta de la asociación animalista AnimaNaturalis, por aficionados taurinos, mientras grababa pacíficamente un correbou, en la localidad de Mas Barberans, en la provincia de Tarragona. La piel del humanista es muy fina y sensible a la hora de escuchar “prejuicios que acaban dejando heridas”, pero no en el momento de clavar su estocada en la piel del toro. Le odian (dice), por ser diferente (a él, a la persona), y no al matador. Esa es la interpretación, y el daño que de manera inconsciente se causa a sí mismo y a los demás.
Los animalistas son conscientes de que la tauromaquia se lucra del espectáculo de la muerte. Ya no se trata de matar para vivir, como lo hacen los animales, ahora se mata para deleitarse contemplando el sufrimiento de un animal inocente. El toreo es un espectáculo que algunos han convertido en su negocio, y la tortura y la muerte, una actividad legal, convertida en profesión, que le permite a muchos lucrarse a costa de los más débiles. Es la religión en la que algunos humanistas se refugian para honrar de una manera irrespetuosa a su Virgen y a su Dios, en el altar de la inmoralidad, antes de atentar contra el quinto mandamiento.
El maestro se vanagloria de formar parte de una “cultura” en la quién más y mejor mata, es más culto. Mientras los animalistas trascienden cada día el humanismo de su especie, fieles al movimiento renacentista que propugnaba el retorno a la cultura grecolatina, como medio de restaurar los valores perdidos, como la empatía, la moralidad, la tolerancia, y el respeto a la vida de cualquier ser vivo.
Los amantes de la vida, no odian: sienten la muerte inhumana e injusta de cualquier inocente. Incluso la del propio matador. En eso consiste el verdadero humanismo. El animalismo es humanista, porque trasciende los valores morales de la especie humana. Los animalistas defienden la vida de todas las especies, no solo la del toro. Lo hacen con amor, de una forma desinteresada. Sin recibir ningún beneficio económico por ello. Pagando de su bolsillo los gastos, y dedicando tiempo de su ocio (no de su trabajo) a defender los derechos de los seres más débiles e indefensos.
Flaco favor hace el señor Castella a la tauromaquia, si esta no sabe morir, con la misma dignidad con la que lo hace un toro: solo, en defensa propia, sin derechos, y en contra de su propia voluntad. Toros y hombres tristes, que se preguntan cuántos animales inocentes más, necesita torturar y matar este falso humanismo. Cuántos lances y estoques. Cuántas banderillas, y puñaladas, para que acabe imponiéndose el amor a la muerte, y el sentido común, a esta barbarie incivilizada.
José Luis Meléndez. Madrid, 3 de junio del 2017.
Fuente de la imagen: Flickr.com
Ha elegido una imagen blanca y de algodón para la ocasión. Lo ha hecho por su propia voluntad. No le ha presionado ninguna cuadrilla de toros. Ha tenido derecho a quejarse de sus dolores, y ha sido escuchado. Ha salido con vida, ileso, pero aun así, se siente inerme. Es Sebastián Castella, el humanista; el matador ha preferido no hablar de la pasión, ni de los sentimientos que experimenta en la plaza. Una ocasión de oro, para haber rebatido, a todas las personas, que según él, le acusan de no tener corazón.
El humanista, ha hecho gala de su condición, arremetiendo desde el inicio contra un amplio sector de su misma especie, como son todas las personas que sienten un gran amor y respeto por los animales. El matador se ha presentado como única víctima que sufre cuando escucha calificativos que no son de su agrado. Ni el toro, ni los animalistas sufren por la tortura y la muerte cruel del animal, cuando el maestro torea.
Los animalistas (todos: antitaurinos y no antitaurinos), dice, son personas cargadas de odio, y los animales seres inferiores no sujetos a derechos. Aun así, se considera una persona tolerante (no especifica si con los toros también). De la exposición del señor Castella, es fácil inferir que los animalistas no sienten amor ni respeto por los animales: sienten odio por los toreros. Otra tergiversación: los animalistas dice: “fuerzan que la ley se ponga de su parte, para acorralarnos y dejarnos fuera del marco legal”. Don Sebatián, ignora que los animalistas luchan por los derechos de los animales, y no por los propios, como hace la tauromaquia. Una actitud comprensible al no reconocer los derechos del animal, y una prueba más que evidente, de amor y respeto inmenso por ellos.
Al humanista, le molesta que le equiparen con el resto de animales no racionales, incapaces de hacer daño sin ningún motivo, y mucho menos, que le sitúen por debajo de ellos. Castella es incapaz de reconocer el “humanismo” de una lechuga, incapaz de causar daño, y menos de matar a nadie. Habla de aislados y contados casos de delitos de odio de algunos animalistas, pero generaliza, e incluye a todos en el mismo saco. Se pregunta si son delitos de odio las injurias verbales que recibe por parte de algunas personas, pero no psicoanaliza los sentimientos que le llevan a cometer semejante crueldad.
En otro descuido (se desconoce si interesado), omite las agresiones físicas y verbales que reciben algunos animalistas, como los que sufrió Aida Gascón, Presidenta de la asociación animalista AnimaNaturalis, por aficionados taurinos, mientras grababa pacíficamente un correbou, en la localidad de Mas Barberans, en la provincia de Tarragona. La piel del humanista es muy fina y sensible a la hora de escuchar “prejuicios que acaban dejando heridas”, pero no en el momento de clavar su estocada en la piel del toro. Le odian (dice), por ser diferente (a él, a la persona), y no al matador. Esa es la interpretación, y el daño que de manera inconsciente se causa a sí mismo y a los demás.
Los animalistas son conscientes de que la tauromaquia se lucra del espectáculo de la muerte. Ya no se trata de matar para vivir, como lo hacen los animales, ahora se mata para deleitarse contemplando el sufrimiento de un animal inocente. El toreo es un espectáculo que algunos han convertido en su negocio, y la tortura y la muerte, una actividad legal, convertida en profesión, que le permite a muchos lucrarse a costa de los más débiles. Es la religión en la que algunos humanistas se refugian para honrar de una manera irrespetuosa a su Virgen y a su Dios, en el altar de la inmoralidad, antes de atentar contra el quinto mandamiento.
El maestro se vanagloria de formar parte de una “cultura” en la quién más y mejor mata, es más culto. Mientras los animalistas trascienden cada día el humanismo de su especie, fieles al movimiento renacentista que propugnaba el retorno a la cultura grecolatina, como medio de restaurar los valores perdidos, como la empatía, la moralidad, la tolerancia, y el respeto a la vida de cualquier ser vivo.
Los amantes de la vida, no odian: sienten la muerte inhumana e injusta de cualquier inocente. Incluso la del propio matador. En eso consiste el verdadero humanismo. El animalismo es humanista, porque trasciende los valores morales de la especie humana. Los animalistas defienden la vida de todas las especies, no solo la del toro. Lo hacen con amor, de una forma desinteresada. Sin recibir ningún beneficio económico por ello. Pagando de su bolsillo los gastos, y dedicando tiempo de su ocio (no de su trabajo) a defender los derechos de los seres más débiles e indefensos.
Flaco favor hace el señor Castella a la tauromaquia, si esta no sabe morir, con la misma dignidad con la que lo hace un toro: solo, en defensa propia, sin derechos, y en contra de su propia voluntad. Toros y hombres tristes, que se preguntan cuántos animales inocentes más, necesita torturar y matar este falso humanismo. Cuántos lances y estoques. Cuántas banderillas, y puñaladas, para que acabe imponiéndose el amor a la muerte, y el sentido común, a esta barbarie incivilizada.
José Luis Meléndez. Madrid, 3 de junio del 2017.
Fuente de la imagen: Flickr.com
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